Escribo en honor a las II Jornadas Cervantinas, que tienen lugar en la querida Provincia de Manabí; a la sensibilidad cultural de habitantes e instituciones de esa hermosa provincia, castigada por el terremoto y otra vez de pie.
Cuanto sepamos de Cervantes nunca bastará. Acudo a su célebre autorretrato de 1613, que nos dará idea cabal, no solo de su rostro, sino de su carácter, su alegre autocrítica y sincera interioridad. Va tal como él lo escribió, salvo, quizá, la puntuación.
A propósito, un dato curioso: El padre Miguel Sánchez Astudillo, en clases de la querida PUCE, repetía solemnemente que la señal sine qua non del talento del escritor es la forma en que puntúa sus textos. ‘Al leer el Quijote, decía, basta poner atención al uso de la puntuación, para descubrir su maestría’. Aunque, si la forma de puntuar es síntoma del dominio idiomático del escritor, nada garantiza en este caso, pues, como afirma el académico de la RAE, Francisco Rico, el mayor conocedor vivo del Quijote, en tiempos cervantinos, el autor entregaba sin puntuar su obra, al editor, y a este último correspondía encontrar el sentido del texto y poner los signos de puntuación apropiados. Dicho sea en honor de Juan de la Cuesta, el primer editor del Quijote, y el ‘verdadero’ autor de su puntuación. Así, en tiempos cervantinos, la ‘fijación del texto en ortografía, puntuación y uso de mayúsculas, que se enviaba para aprobación de la censura eclesiástica, era responsabilidad de la imprenta y no del autor”.
Leamos el autorretrato cervantino:
“Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies. Este, digo, que es el rostro del autor de ‘La Galatea’ y de ‘Don Quijote de la Mancha’, y del que hizo el ‘Viaje del Parnaso’ […], y otras obras que andan por ahí descarriadas y, quizá, sin el nombre de su dueño, llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra”.
Cervantes, tres años antes de su muerte, prologa sus Novelas ejemplares con este autorretrato. Se dice que es un texto jocoso. Me parece, al contrario, escrito con tanto humor como melancolía, con amarga objetividad y, a la vez, con profundo orgullo de ser.
18 de abril de 1616: 69 años, muchos para la época. Cervantes recibe los últimos sacramentos, trance al que se refiere así: “Ayer me dieron la extremaunción y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir”. Muere el 22 de abril.