Malas noticias, bad news, mauvaises nouvelles: al ritmo que vamos, aquí no progresa ni dios…¿Cómo que por qué? Porque nos reunimos más de lo que trabajamos. Así de simple.
O si quieren me explico mejor: porque pasamos en reuniones ‘de trabajo’ tenemos menos tiempo, cabeza y ánimo para trabajar, y obviamente también menos tiempo libre. Deprimente, ¿no?
Es que estamos tomados, y lo más probable es que implosionemos o autocombustionemos (ojalá en medio de una reunión ‘de trabajo’, para que las generaciones futuras le teman a la reunionitis como a la Peste negra) si insistimos en seguir haciendo del tiempo laboral de decisiones compartidas el principal factor para no dedicarnos a hacer las cosas por las que en realidad nos pagan.
La reunionitis ha hecho metástasis y ya no queda despacho, oficinita, gabinete –itinerante o no–, asamblea, departamento o directorio de una organización (pública o privada) donde no haya un jefe, coordinador, presidente, etc. que no ansíen reunirse, para hablar y planificar y analizar y proyectar y evaluar y hablar y hablar y hablar… en lugar de hacer.
Tampoco estoy proponiendo que cada cual a lo suyo y que ni nos dirijamos la palabra (no soy una fundamentalista de la ley del hielo). Pero qué tal si en lugar de hablar –a veces del sexo de los ángeles– por una o dos horas, lo hacemos en 15 minutos y de cosas que atañan a nuestros quehaceres, y máximo en 30 cuando la reunión sea de importancia capital.
No sé como padezcan ustedes sus reuniones, pero yo al minuto 20 ya empiezo a desvariar entre dientes, me pierdo las tres cuartas partes de los comentarios y solo puedo pensar en lo que voy a cenar esa noche. Ah, y como el 99% de los demás presentes en la sala tengo la mayor parte del tiempo la nariz metida en mi teléfono inteligente, leyendo algo, en un acto descarado –y desesperado– de evasión.
Porque esa es otra: ahí estamos toditos, de cuerpo presente en nuestra reunión ‘de trabajo’ pero de mente absolutamente ausente. iPhones por aquí, BlackBerrys por allá, iPads por acullá… en realidad cada uno está en lo suyo (algunos realmente trabajando a control remoto, porque no se pueden permitir el lujo de perder el tiempo), pero por alguna absurda convención antediluviana no hay manera de hacernos entender que sin tanta reunión trabajaríamos más y mejor. Ergo, progresaríamos material, intelectual y espiritualmente.
Bromas y exageraciones aparte, si las organizaciones contabilizarían las pérdidas que deja todo el tiempo que sus colaboradores pasan reunidos dizque trabajando, aunque en realidad solo estén torturándose los unos a los otros con palabrería rimbombante e infructuosa, yo creo que hasta prohibirían las reuniones. Por eso curémonos en salud y acabemos de una vez con esta reunionitis aguditis. Please.