El pasado 10 de agosto se cumplieron 40 años del retorno a la democracia. El país, al igual que otros de América Latina estuvo regido por dictaduras militares. Ecuador fue uno de los primeros en iniciar el proceso de retorno y transición hacia la democracia.
Tras superar presiones provenientes de grupos de poder que dilataron la realización de la segunda vuelta electoral e intentaron incluso que los militares continúen, Jaime Roldós y Osvaldo Hurtado asumen el poder el 10 de agosto de 1979.
Con ello se abrieron grandes expectativas en diversos campos: fortalecer la institucionalidad y el Estado de derecho, promover el desarrollo económico, reducir los niveles de pobreza y exclusión social, mejorar los desequilibrios existentes entre las diferentes provincias…
Sin embargo, da la impresión que el saldo es más negativo que positivo. Al igual que en varios países de la región, hay un gran descontento con los resultados de la democracia. Esta no ha estado al servicio de los ciudadanos sino de la clase política y grupos oligárquicos. Buena parte de los gobiernos no han dado respuesta a las necesidades de la población. Ha existido despilfarro y uso ineficiente de recursos, burocracia… Las pugnas y conflictos partidarios no han permitido el avance del país. La institucionalidad es débil, hay irrespeto de las normas. Esto ha hecho que la corrupción se haya generalizado.
Y pese a que podemos decir que ha habido continuidad de la democracia en estos 40 años, el país ha atravesado por momentos de alta inestabilidad política. De 1997 al 2005 tuvimos 9 presidentes. Sin embargo, tampoco podríamos decir que estuvimos mejor durante los 10 años de correismo, autoritarismo y alta corrupción.
La democracia, en términos generales, siempre se manifiesta como una promesa y un problema. Promesa de un régimen que esté acorde con los anhelos de la ciudadanía. Problema al constatar lo distantes que estamos de haber alcanzado esos ideales.
Esto es así no solo porque la clase política en el Ecuador nos sigue defraudando. Está poco preparada, carece de una visión estratégica y de futuro, no ve más allá de su propio interés y es, por lo general, corrupta. También se debe a que la concepción de democracia ha cambiado. No nos conformamos únicamente con que las elecciones sean limpias, competitivas y justas (democracia electoral). La democracia de calidad exige más a sus gobernantes. No bastan los procedimientos sino también los resultados.
Ahí es cuando ciertos aspectos son vitales y decidores: Estado de derecho, rendición de cuentas (horizontal y vertical), participación, competencia política, respecto de derechos y libertades, avance en la garantía de los derechos sociales, económicos y políticos. Y aunque el proyecto democrático ha quedado incumplido, no debería ser motivo para la parálisis o conformismo. La lucha por la consecución de ese objetivo debe continuar.