La infanta Cristina, hija del rey Juan Carlos I de España, ha sido llamada a declarar en un juicio por fraude y corrupción en que su marido está implicado. La noticia, aunque esperada, no deja de ser grave, no solo para los monárquicos españoles y europeos, sino para todos quienes piensan en el porvenir del constitucionalismo en este siglo.
Sería irresponsable dictaminar aquí sobre los fundamentos que la demanda tiene, y sobre los que la prensa española y mundial han comentado ampliamente. El asunto es complejo y escapa los límites de una columna de prensa. Pero esta situación ha puesto una vez más en el borde de la crisis a la monarquía española. Y eso si puede ser objeto de unos párrafos periodísticos.
Desde el siglo XIX, la monarquía española fue objeto de duras polémicas. El rey Fernando VII, que en la segunda década del siglo XIX regresó al trono de su conveniente destierro napoleónico en la gloria de una inmensa popularidad, en muy poco tiempo se reveló como el felón, mentiroso y reaccionario que era. Hizo un gobierno desastroso, sanguinario y largo.
Los latinoamericanos se liberaron de él con la Independencia, pero los españoles tuvieron que sufrirlo hasta el fin, ya que dejó armando el relajo de la sucesión, con el que se alentó las guerras “carlistas” entre su hermano ultrarreaccionario y su viuda y luego su hija, la “Isabelona”, que no pudo hacerlo peor, hasta que la derrocaron. Vinieron luego un breve rey italiano y la inestable primera república, que desembocaron en la vuelta al trono de rey Borbón Alfonso XII. Pero murió pronto, dejando a su viuda encinta.
Alfonso XIII fue rey desde el día en que nació pero, luego de la regencia de su madre, hizo una monarquía mediocre hasta que la segunda república lo destronó en los años treinta. La agitada República Española cayó luego de una feroz guerra civil de tres años, en que venció la derecha. Francisco Franco, el dictador falangista, se instaló en el poder hasta que murió en 1975, habiendo hecho un arreglo para que le sucediera el nieto de Alfonso XIII, ya que su padre, Juan de Borbón, no era de su confianza.
Juan Carlos I se inició como rey de España en medio de las complicaciones de la transición de la dictadura al Régimen constitucional. Su papel, sin duda, fue muy destacado. No quiso ser hombre de la continuidad del franquismo y optó por la democracia. Así lo demostró en varios momentos cruciales. Eso le ganó un gran prestigio personal, aún en la izquierda que fue siempre republicana.
Pero en estos últimos años, Juan Carlos ha ido gastándose aceleradamente su popularidad. No solo por los líos familiares y por sus “imprudencias”, como irse a cazar elefantes en plena crisis, sino porque la monarquía como institución ha sido sometida a cuestionamiento. Y otra vez la República Española llama a la puerta.