Partidos provincianos

La semana anterior hemos escuchado evaluaciones de los resultados electorales desde todas las perspectivas. Los políticos se declaran todos ganadores, unos porque tienen más alcaldes, otros, prefectos, otros porque superaron los resultados de la elección anterior; todos encuentran algún motivo para proclamarse ganadores. Ningún partido ha ganado, todos son provincianos.

Vivimos una democracia atomizada con más de doscientos movimientos políticos, todos locales. Hasta el pueblo más pequeño tiene su propio movimiento fundado para elegir al cacique local. El país se hace parroquial. Con una democracia de movimientos políticos de barrio, ¿quién pensará en el país? ¿Quién diseñará el proyecto unitario, el proyecto para todos? Mientras los partidos contraten estrellas para candidatos o hagan alianzas para encaramarse en la popularidad del cacique local, no habrá democracia verdadera.

El alcalde de Guamote es un personaje pintoresco, ha hecho una campaña muy entretenida porque es un cantante de fama internacional y es experto en entretener públicos. Anuncia que cantará una o dos canciones cuando inaugure alguna obra; gobernar será entretener.

El alcalde de Quito ganó las elecciones porque es experto en entretenimiento, toca la guitarra, canta y baila; es dirigente deportivo y cuenta con una red de emisoras cuya propiedad está cuestionada. Conoce a su electorado y se muestra cercano a la mayoría de los electores representando la figura del migrante que triunfa en la capital. Apeló a los jóvenes abrazando causas como el amor a los animales y mostrándose fresco y “des complicado”; no buscó confrontación ni debates con los competidores. Hizo soñar a los electores exhibiendo montajes de un Quito que parecía urbe japonesa, atravesada por gigantescos complejos viales. Sin embargo, es un político huérfano; no tiene proyecto ni cuadros de gobierno y el Municipio será una olla de grillos porque solo tiene 3 de 21 concejales. En la campaña fue un experto pero ahora le toca improvisar.

En realidad no ganó, le entregaron la victoria. En las seis elecciones anteriores los elegidos alcanzaron entre 44 y 58% de los votos; el alcalde electo solo llega al 21%. Los votos de la clase media se repartieron entre seis candidatos que olvidaron que la política es negociar, buscar consensos, hacer acuerdos. Seis candidatos que representaban lo mismo y proponían lo mismo pero se negaron a hacer alianzas; cada uno tuvo que lidiar con cinco chimbadores. Entre todos aseguraron la derrota de todos.

Esa multitud de movimientos barriales solo son material de construcción para fabricar los grandes partidos que necesitamos, con ideas y con proyectos, con afiliados y con democracia interna; con cuadros de gobierno, con servidores pero no con siervos. Es urgente la reforma del Código de la Democracia para construir esos partidos que sean parte de un todo, que piensen en grande, que piensen en todos; partidos que sean perdurables y no perecibles.

lecheverria@elcomercio.org

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