La triste campaña electoral tiene aspectos indecorosos que no han sido corregidos ni pueden corregirse porque son consecuencia de la crisis de los partidos. Les llamamos partidos políticos por costumbre, pero solo son grupos que tienen el privilegio de designar candidatos. Y la primera indecencia de la campaña es la presencia de candidatos a la Presidencia sin partido político y partidos políticos sin candidato.
La democracia está bañada de corrupción, dice uno de los aspirantes, y sugiere que se compra y se vende inscripciones de candidatos. Es curioso que esta vergüenza política, tenga un valor electoral por sí mismo y se le llame “outsider”. Debería llamarse en castellano oportunista, audaz o aventurero y en quichua apodarse huairapamushka.
Otra vergüenza de la campaña, nombrada también en quichua, es el chimbador, candidato que no puede ni quiere triunfar sino impedir que otro gane. Dos candidatos de la misma tendencia, aunque juntos tengan el triunfo, no se unen por resentimiento personal, envidia o intereses ocultos; no solo merecen repudio sino desprecio.
También es indecente que nos obliguen a votar basados en un padrón sucio, con un sistema de escrutinio opaco y con un Consejo Electoral dividido por intereses contrapuestos. Si sospechan entre ellos de manipulación de los resultados, bien podrían ahorrarnos el acudir a las urnas y proclamar por mayoría al presidente.
Es una grosería que eliminen o califiquen partidos a última hora. La obligación era resolver tres años antes, cuando se proclamaron los resultados o antes, cuando se presentaron las firmas. Los cuestionamientos pasan de mano en mano, se hacen interpretaciones, se fabrica y acomoda reglamentos y lo que pesa más en las decisiones queda oculto para los electores.
Entre tantas cosas feas, lo más indecente es el menosprecio a los electores, atropellando incluso su libertad. El voto que era un derecho, los políticos convirtieron en una obligación, sujeta a sanciones. El voto obligatorio es un remedio autoritario para el temor de los políticos a la poca participación de los ciudadanos y la crisis de representatividad que vienen sufriendo. Mientras sigamos votando por obligación, pero sin convicción, seguiremos acudiendo en tropel a elegir a quien se parezca más a un mago o caudillo antes que al estadista capaz de decirnos la verdad y de trabajar con la realidad.
Porque no hay las garantías mínimas en la elección tenemos representantes, elegidos en las urnas para legislar y fiscalizar, que se encuentran ahora presos, fugados, acusados o denunciados, desnudando la crisis de los partidos y de la democracia. Y todavía vemos que se habla de los políticos y sus validos a quienes se ha entregado los hospitales, pero no se investiga a los que entregaron esos hospitales para el pillaje. La depuración de la lista de electores y de la lista de candidatos es lo menos exigible para eliminar lo más feo y repelente de la campaña.