La Comunidad Andina (CAN) está cumpliendo medio siglo. Tiene una larga historia. El “Pacto Andino” fue fundado en mayo de 1969 con el “Acuerdo de Cartagena”. Originalmente fue formado por Colombia, Ecuador, Perú, Chile y Bolivia. En pocos años se retiró Chile y se incorporó Venezuela. Los cinco países avanzaron lentamente y con tropiezos en el proceso de integración, que fue al principio muy ambicioso. Posteriormente ha sido replanteado varias veces con metas más modestas.
A fines del siglo XX se produjo una reorganización y se la denominó “Comunidad Andina” (CAN). En su trayectoria, la CAN ha encontrado dificultades para la consolidación de una zona de libre comercio y una unión aduanera. El mayor escollo ha sido la suscripción de tratados de libre comercio con Estados Unidos por parte de Colombia y Perú, con los consiguientes problemas de cumplimiento de los compromisos comunitarios por parte de los países. A esto hay que añadir la separación de Venezuela.
Las fortalezas de la CAN han sido el desarrollo de un sentido de pertenencia, avances significativos en el comercio entre los países miembros y las normas comunes, así como el desarrollo de una institucionalidad andina. Funcionan el Consejo Presidencial Andino, los consejos de ministros, la Secretaría General, el Tribunal de Justicia, el Parlamento Andino, consejos como el empresarial y el laboral, los convenios especializados y la Universidad Andina Simón Bolívar.
Se ha repetido mucho que la integración de los países es una necesidad de su desarrollo, que los bloques internacionales pueden lograr lo que los estados solos no logran, que si empujamos los esfuerzos integrativos tendremos más oportunidades para el futuro. Pero, la verdad sea dicha, ya van algunas décadas que los gobiernos sudamericanos, los llamados “progresistas” y los de derecha neoliberal, han dado poca o ninguna importancia a la integración, aunque han desplegado una retórica vacía que ha debilitado los procesos.
En medio de esas situaciones negativas, sin embargo, la CAN ha demostrado condiciones para sobrevivir y avanzar, sobre todo ahora que las grandes expectativas de la integración sudamericana que Unasur levantó, se han desvanecido porque devino en instrumento del caudillismo chavista y correísta.
La CAN tiene futuro. Ha demostrado que es necesaria para potenciar el avance de nuestros países. A veces no se nota, pero sus mecanismos han facilitado la producción y el comercio de sus miembros. Felizmente, su quincuagésimo aniversario se da cuando un nuevo secretario general, Jorge Hernando Pedraza, ha emprendido en un gran esfuerzo por repotenciarla, por recobrar su dinámica y su función, que no se justifica solo por la herencia del Libertador Bolívar, sino por los desafíos futuros de nuestros pueblos.