El ex presidente uruguayo José Mujica, con reconocible buen sentido democrático, afirmó tiempo atrás que la reelección presidencial indefinida es un acto monárquico. Los imitadores del modelo cubano de entronización del caudillo en el poder se mantienen en él ocultando, tras una falsa “democracia”, pujos monárquicos.
Evo Morales quiso perennizarse en la presidencia: a pesar del pronunciamiento plebiscitario del pueblo boliviano en 2016, que rechazó modificar la Constitución para permitirle un nuevo periodo presidencial, el mandatario halló el portillo para burlarlo y, sin el menor rubor, cuando el voto en las elecciones del pasado 20 de octubre no le fue favorable, echó mano del fraude para mantenerse en el poder.
“Un presidente derrocado no renuncia, simplemente está derrocado”, dijo el ex presidente Jamil Mahuad el 21 de enero de 2000. Es oportuno recordar ese episodio de la historia local como mentís de la tramoya ulterior que Morales intenta montar, con el cuento del golpe de Estado. La renuncia fue fruto de la movilización ciudadana; quien dimite no se halla derrocado, sino en ejercicio del mando.
El modelo de socialismo bolivariano lleva el gen de un monarquismo solapado. Chávez, Maduro, Ortega, los Kirchner y demás especímenes de la cofradía se mantuvieron o se mantienen en el poder como dueños de una presidencia que no tiene término. Y cuando se ven obligados a abandonarla, como en el caso de Morales, echan la culpa a una confabulación internacional contra los gobiernos de izquierda, a la oligarquía nacional, al imperialismo… El prurito de deformar la realidad caracteriza a los regímenes que quieren perennizarse en el poder.
El ex presidente Correa, en peregrinación a México, declaró en entrevista a diario El País, que podría utilizar fórmula de Cristina de Kirchner para postular su candidatura vicepresidencial. El gen de la ambición por el poder sigue vivito y coleando.
Correa asegura que dejó la economía en crecimiento, pese a que el Ecuador sigue pagando la abultada factura de su manejo irresponsable. Que no hay ahora estado de derecho, que el actual gobierno ha cooptado el poder judicial, también afirma. ¿No recuerda que él se proclamó jefe de todos los poderes y metió las manos en la justicia? ¿Y que sujetó a su voluntad a los asambleístas alzamanos de su partido y afines? La deformación de la realidad le lleva a aseverar que el Ecuador vive un proceso de des institucionalización, aunque la destrucción de las instituciones democráticas se produjo durante la década en la cual ejerció el poder. Ahora se proclama perseguido, víctima de una guerra judicial, pero como mandatario persiguió a sus opositores políticos y manipuló la justicia para reprimir la protesta social, entre otros actos antidemocráticos o de índole monárquica.