Más allá de cuanto se lee y se oye respecto del hoy exacerbado nacionalismo catalán, de ese desolador deseo de partir, de partirse, de dividirse en dos o en tres o en cinco, por mostrar ‘yo soy distinto’, ‘yo soy más’, ‘yo soy Europa, ustedes África’, como si África no hubiera contribuido con su riqueza, su dolor y sus muertos, a que Europa sea lo que es…, como si América, en fin…, pero ‘más allá de cuanto se lee’, decíamos, vayamos a un artículo de Santiago Roncagliolo, escritor que un día recaló desde su original niebla limeña, en la universal y cosmopolita Barcelona.
El escritor se refiere al ‘viaje al revés’ que hizo desde Barcelona a Madrid, para acompañar al poeta Germán Belli en el homenaje que la Casa de América rindió al anciano poeta peruano. “Para mí, dice Roncagliolo, fue emocionante. Y a la vez, triste. Porque comprendí que, en Cataluña, una fiesta así sería imposible’.
¿Qué pasa en el ámbito otrora preferido por tantos escritores hispanoamericanos, desde el cual Carmen Balcells, catalanísima, contribuyó a que jóvenes casi desconocidos –García Márquez, Vargas Llosa, Fuentes, Cortázar y tantos, tantos más- hicieran estallar con su creación, el mundo de la literatura en español? Según el autor peruano, Barcelona es hoy un ámbito del cual se intenta exiliar a una lengua, como si su espíritu y los siglos de su existencia y sus quinientos millones de hablantes pudieran despedirse por la voluntad negativa de unos pocos, abonada por casos insoportables de corrupción velados y protegidos desde ‘in illo tempore’.
En el homenaje a Belli, Roncagliolo descubre que los latinoamericanos de /su/ medio -escritores, editores, periodistas- abandonan Barcelona para ir a Madrid, porque en Barcelona, ‘hoy, si escribes en español, tu vida está en otra parte’. Ninguno de ellos se ha ido de Cataluña por anticatalán o antinacionalista, sino porque si “lejos de Franco y cerca de Francia, Barcelona se convirtió en la puerta del español hacia Europa”, hoy, desde esa misma puerta, se intenta confinar al espíritu español entre trágicas, imaginarias, inexistentes fronteras.
Aunque los nacionalistas, por un mínimo de pudor e inteligencia, no puedan aceptar este éxodo ni reconocer la tragedia y el empobrecimiento de menospreciar en su cotidianidad una lengua hablada por quinientos millones de personas, repleta de creatividad y vida, si persisten en este triste afán, se separarán también de América, se quedarán solos, insiste Roncagliolo e insistimos nosotros. Queriendo ser más: más europea, más rica, más culta, conmina a los suyos a ser menos, en el olvido, la separación, la soledad.
Y concluyo con su constatación: “La paradoja es desoladora: basados en un elevado concepto de su propio cosmopolitismo, los nacionalistas están construyendo una sociedad más provinciana. Por enormes que sean sus banderas en plazas y estadios. Por fuerte que griten en catalán e inglés. Por muchas embajadas que quieran abrir. Su único proyecto cultural es precipitar a Cataluña orgullosamente hacia la irrelevancia”.
scordero@elcomercio.org