Hagamos vaca para comprar un cargamento de sardinas y donarlo a la función pública, con la condición de que a la hora del ‘break’ -de la mañana o de la tarde, o en ambos- cada funcionario se despache una latita. A ver si logramos que se les refresque la memoria y que los que aún no la han perdido la mantengan intacta.
Esta epidemia que en los últimos meses aqueja a un porcentaje preocupante del sector público parece salida de la imaginación de José Saramago; pero en lugar de ciega, la gente se está quedando amnésica. No se acuerdan de nada ni conocen a nadie; ni siquiera a los amigos. Pobrecitos.
Lo que no se sabe es si como en la novela del Nobel portugués, en algún momento recuperarán la memoria (digamos, declarando bajo juramento en un juicio) y vaya dios a saber cómo termina este Ensayo sobre la amnesia, cuando algunos ya se empiecen a acordar de quién es quién, qué hicieron, cómo, cuándo y dónde. Pero lo más importante: ¿Cuánto?
Como dicen que comer harta nuez también mejora la memoria, yo me sacrifico y dono un año de sueldo para comprar unas buenas cantidades para ir, asimismo, a repartir por los ministerios y por cuanta entidad pública alcance. No crean que va a dar para mucho, las nueces están carísimas (la próxima vez que vayan al supermercado, chequeen los precios, son prohibitivos).
Presionemos a los negociadores expertos -pero ojalá no se demoren 10 años como pasó con el acuerdo con Europa- para que convenzan a la China de que nos fíe un poco más y, aprovechando que produce esa maravilla, nos mande unas cuantas toneladas de ginkgo biloba, que es una planta medicinal que oxigena el cerebro y potencia la memoria. A ver si así también se acuerdan de que son servidores públicos, no jeques.
Porque esa es otra: juran que llegan al sector público para servir (de hecho, esa es la única razón de ser de ese aparato administrativo), y a la vuelta de seis meses, dos asistentes, un carro con chofer, un guardaespaldas, un par de entrevistas en la tele y una asesoría de imagen -con nuevo corte de pelo y guardarropa incluido-, ya no se acuerdan ni cómo fue que llegaron ahí ni para qué es que les estamos pagando. Más grave aún: se olvidan para quién trabajan, quiénes son sus jefes; o mandantes, en el argot político.
Yo no sé qué estén dispuestos a hacer ustedes para que esa rara epidemia del si-te-he-visto-no-me-acuerdo, el aquí-puse-y-no-aparece o el no-sé-lo-que-hice-ni-el-martes-pasado deje de aquejar a ciertos funcionarios ecuatorianos. Aquí les dejo estas ideas para ver si solucionamos el asunto. Porque, bromas aparte, no hay derecho. Y para buena suerte nuestra y mala suerte de los amnésicos, somos más, muchísimos más, los que sí nos acordamos. Ojalá nos sigamos acordando hasta febrero.