Gerry Conlon merodea los tejados de Belfast exponiendo su estampa felina. Es un ladronzuelo que rehúsa toda ley. Con la venta de algo robado, compra un pomposo traje estilo Elvis Presley. Belfast, capital de Irlanda del Norte, la ciudad que más padeció el flagelo de las tres décadas de los Problemas (1969-1998): conmoción religiosa, social y política.
En el nombre del padre. Relato de la aventura de la familia Conlon encarcelados injustamente. Gerry encarnado por un soberbio Daniel Day-Lewis, y Pete Postlethwaite en el personaje del padre. Tiroteos y enfrentamientos con los soldados del Imperio británico que fungió de árbitro de la paz de la guerra intestina. Una minoría católica excluida por la mayoría unionista de protestantes. La música ácida de Jimi Hendrix resuena al inicio; el caos ocupa Belfast a medida que corre la cinta.
Las actuaciones de Day-Lewis y Postlethwaite son de lo más trascendente del cine de los noventa del siglo XX. Diálogos vibrantes y turbadores que hilvanan el tiempo –tensión y dolor– compartido. Giuseppe Conlon, el padre, rezuma integridad y sencillez, valores que pretende transmitir a su hijo. Padre e hijo, reclusos sin culpa, riñen en sus encuentros, pero se aman, “el deber de un padre no acaba nunca”, aunque ese amor asome con la divisa de la muerte sobrevolando las celdas.
Toda sociedad tiene pústulas y supuraciones. Somos depredadores de cuerpos y almas. Introduzcan los dedos en sus vísceras y aprieten fuerte, clama este filme. Himno trágico sobre la condición humana: sordidez y oprobio. La historia real de los Cuatro de Guildford, falazmente inculpados de ser miembros del IRA y de un crimen que no cometieron, en una puesta en escena sabia y sobria.
Sistemas que solo buscan culpables escarneciendo la verdad. Torturas insólitas. Métodos carcelarios que suprimen la humanidad de quienes sobreviven enmascarando pánicos secretos. Seres que quizás no rezan con el amor ni con la fe, sino con el espanto de la condena.