A pesar de que los indígenas a lo largo de la historia han sido víctimas del olvido, en sus pequeños territorios el sentido de pertenencia a lo runa se mantiene. Aunque se las tilda de retardatarias, sobreviven, y constituyen una innegable realidad en nuestro país. Se calcula que en el Ecuador hay más de 2 000 comunidades indígenas.
Los comuneros viven de manera sencilla, respetan su entorno natural, confían en sus dirigentes, hablan su lengua, controlan su vida social, educan a los niños en los valores ancestrales. Para los gobiernos , las comunidades son remanentes del pasado que no están a la altura del Estado.
Históricamente las pequeñas organizaciones comunales han sobrevivido a las estructuras económicas y políticas oficiales. Primero a las del Estado español, imperial y cristiano, que diferenció muy bien entre conquistadores y conquistados; luego a las del Estado nacional, daltónico frente a los derechos de las naciones originarias. Colonialismo y exclusión nacional no se han superado, y ahora las comunidades tienen que vérselas con un Estado liberal cuyos mercado y progreso exigen cada vez más recursos naturales, al tiempo que privilegia a las grandes empresas en la producción de alimentos, impone leyes, reprime la protesta social, fomenta el racismo, reemplaza la identidad con la ciudadanía.
El gobierno no es capaz de responder a preguntas como: ¿por qué no se consideran actores de los cambios políticos y sociales a los indígenas, los dueños originales de estas tierras?, ¿quién se encarga de reparar y recuperar los campos comunales?, ¿en qué condiciones viven los migrantes en los barrios periféricos?, ¿existe alguna institución que les ayude a conseguir trabajo?, ¿hay centros especializados para preservar las lenguas y culturas?, ¿con qué medios de salubridad se cuenta?, ¿cómo afecta el racismo a los indígenas que llegan a las urbes?
Son preguntas a las que no dan respuesta losestribillos de los gobiernos.