En marzo de este año, el Ecuador rompió un récord: por primera vez en su historia, en el país hubo más de cinco millones de personas desempleadas o con empleos no adecuados. Este es un récord como para avergonzarse.
La situación del mercado laboral, redondeando un poco los números, es que hay 3’100 000 personas con empleos adecuados, 400 000 desempleados y 4’700 000 con empleos no adecuados. La suma nos da casi 5’100 000 personas entre desempleados y “no adecuados”.
Los empleos no adecuados son los informales o mal remunerados e incluyen a cualquiera que tenga una actividad económica, así sea vender dulces en un semáforo.
¿Como llegamos a esta desastrosa situación? Muy sencillo, por una combinación de crecimiento poblacional con escasa creación de empleo formal.
Como era previsible desde hace más de una década, en estos años está entrando al mercado laboral más gente que nunca (algo que está conectado con el alto número de nacimientos a fines de los años 90) y es por eso que la población económicamente activa (la PEA, “los que trabajan o buscan empleo”) creció entre diciembre de 2011 y marzo de 2019 en más de un millón y medio de personas.
En otras palabras, en estos ocho años el país debería haber creado más de un millón y medio de nuevos empleos adecuados, si queríamos que la situación mejore. Pero la realidad es que en este período se hizo todo lo posible para ahuyentar a las empresas que podían crear empleo.
Y la comparación con diciembre 2011 no es casual, porque el número de empleos adecuados es hoy muy cercano al de ese mes (aunque hay que ser cuidadoso con las comparaciones de diferentes meses, sobre todo por temas de ciclicidad).
Esto significa que en ocho años el país virtualmente no ha creado empleos adecuados y la explicación para ese estancamiento es la destructiva mezcla de salarios altos y normas laborales inflexibles. Por cierto, los salarios en el país pueden no parecer altos, pero lo son si se los compara con lo pagado en otros países y con la productividad local.
Si a esos salarios “relativamente altos” se los junta con normas que complican las contrataciones, se crea el ambiente perfecto para que las empresas creen empleo en otros países o que reemplacen personas con máquinas. Y esos incentivos se crearon cuando la PEA se disparaba.
Las normas de afiliación al IESS, la obligación de contratar discapacitados, la jubilación patronal, el pago del desahucio incluso en renuncias y los centenares de formularios a llenarse para el Ministerio son excelentes formas de ahuyentar a las empresas. Tan excelentes que nos pueden llevar a más récords, pero de los vergonzosos.