A comienzos del siglo XXI, algunos académicos estadounidenses anunciaban con entusiasmo la emergencia de la “ola rosada”. Con ese término designaban lo que se suponÃa era la resurrección de la izquierda en el mapa polÃtico de América Latina. Pero esta vez no por la vÃa guerrillera, y de allà el adjetivo “rosa”, sino por caminos electorales.
Desde el comienzo, los entusiastas de la ola cometieron el error de meter en un mismo saco a tres tipos de procesos muy diferentes entre sÃ.
Primero, los del PT en Brasil, el Frente Amplio en Uruguay, y la Concertación en Chile, que apuntaban ciertamente a generar más justicia social pero sin sacrificar sus democracias ni sus economÃas de mercado. Luego, los de Hugo Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolivia ganados, en cambio, para un sacudón radical al modo de la revolución cubana sin guardar mucho cuidado con las libertades democráticas con tal de liberarse del “horror injusto” del capitalismo. Y un tercer grupo, más ambiguo, en el que coincidÃan el populismo de los Kirchner y el vaivén ideológico de Correa con las ruinas morales del sandinismo en Nicaragua, que ha coqueteado con la retórica chavecista y los petrodólares venezolanos pero sin arriesgarse a seguir sus métodos autoritarios de tierra arrasada y voluntad de eliminar al capital privado nacional.
Una década después, a contracorriente de aquellas premoniciones, podemos decir que el mapa polÃtico de América Latina nunca fue efectivamente rosa o se destiñó muy rápidamente y el color que hoy domina habrá que asociarlo a uno que exprese el giro continental hacia el centro polÃtico y, en buena medida, a la derecha liberal.
Los electores de estos paÃses están apostando mayoritariamente por la consolidación institucional y la economÃa de mercado como antÃdoto a los revolcones justicieros de la revolución continental promovida desde Caracas.
Comparada con dos o tres décadas atrás, América Latina ahora es otra. Con la excepción de Cuba donde un mismo partido y una misma familia gobiernan férreamente la isla desde hace cinco décadas.
O efectivamente no existÃa como tal, o la “ola rosada” fue muy efÃmera. Y la otra ola, la ola roja, la que se movÃa entusiasta alrededor del lema bolivariano de “la espada que camina por América Latina”, se ha ido quedando sola en una región donde sus electores quieren cada vez menos espadas y más bienestar, mejores instituciones y una clara alternancia de equipos de Gobierno, no importa si son de izquierda, de derecha o de centro siempre que sean democráticos.
Los polÃticos de uniforme son cada vez más, anacronÃa. La espada del prócer ya no camina, cojea por América Latina. Tan solitaria y violada como los restos de BolÃvar después de la exhumación.