La reacción gubernamental a la movilización que se inició el 8 de marzo desnudó la carencia de una indispensable flexibilidad táctica del Régimen, sus asesores y comunicadores. ¿Cómo es posible que ante una protesta pública se haya llegado a la alharaca de anunciar un proceso desestabilizador, de un posible golpe de Estado y hasta de una violencia desencadenada en contra de la paz del país? ¿No se dieron cuenta acaso, de que la prohibición a la movilización terrestre provocó e incentivó resultados contraproducentes? ¿No disponen del uso legítimo y legal de la Fuerza Pública para evitar desórdenes que atenten a la seguridad ciudadana y a los patrimonios públicos y privados? Parece que los sucesos de aquel fatídico 30-S continúan vigentes como un dengue incontrolable en la sangre del Régimen y la de sus partidarios. Por tanto la medicina, guardando las proporciones históricas, sería como regresar a la época de las purgas stalinianas, cuando cualquier salida de los moldes estrictos del jerarca bolchevique era considerada pro nazi o propio de disidentes apoyados por el imperialismo; por lo tanto, había que terminar con tales malhechores políticos en el paredón o en las poco cálidas estepas de los gulags de Siberia.
Es imposible imaginar que un Régimen tan fuerte, con increíble disponibilidad fiscal, que ejerce todos los controles del Estado y goza de una importante adhesión popular desarrolle una estrategia para cazar fantasmas golpistas. De ser la psicosis tan grave también tendrán que buscar algún otro monstruo luego de la aprobación de la Ley de Comunicación; pues entonces, el protagonismo lo tendrá el Supremo Consejo de Regulación de Medios. Tampoco es previsible -para los fines reeleccionistas del Gobierno- que súbitamente se desarrolle un frente opositor programático y coherente como en Venezuela; por el contrario, en las filas no gubernamentales solo se percibe el regreso de payasos conocidos o la expectativa de quienes todavía se esconden en las penumbras de un fingido anonimato, antes que atreverse a dar cara en la arena electoral.
Es posible y en este capítulo has que seguir el análisis del sociólogo Decio Machado, que con fundamentación sostiene que no vivimos ningún socialismo ni revolución del siglo XXI sino un neocapitalismo integrado por una fuerte conducción estatal y un alto sector privado que ha dejado la ociosidad productiva del pasado y acepta ser un socio silencioso, inmune a los juegos pirotécnicos de la publicidad oficial respecto de un golpe de Estado o cualquier otro ser de ultratumba. Da la impresión que a diferencia de los hogares contemporáneos, donde el mito del Papá Noel ya pasó, algunos creen que el pueblo ecuatoriano sospecha que de repente las vacas vuelan o que en zonas rurales de la Costa el Tin Tin sigue haciendo de las suyas y no los mozos de la vecindad. Mientras se asegure alta rentabilidad, la alianza estado–empresa seguirá boyante por mucho tiempo.