El término puede ser considerado esquivo para el análisis, pues los sinónimos tienen contenidos propios y no siempre similares. Basta repasar lo que significa enajenación, alienación e incluso Erich Fromm hizo una referencia equivalente al de idolatría; sin embargo, en materia política pueden tener el mismo significado. Se trate de un individuo o de un grupo que entregan por convicción política la defensa o representación total de sus intereses a quienes lideran los procesos.
Es posible que los casos más notorios en América Latina correspondan a los capítulos populistas como el peronismo, la adhesión por décadas al PRI de México, quizás el APRA peruano y en algunas coyunturas fugaces al velasquismo en el Ecuador. En esos casos el ciudadano abdicó de su condición democrática y entregó su presente y futuro al líder o al partido.
En las últimas décadas en el país sucedió con los militantes o adherentes del Partido Social Cristiano, primero con León Febrero Cordero y luego con Jaime Nebot que recibieron una extraordinaria donación cívica. Sin embargo, la evolución redujo los espacios y una serie de precarios movimientos ocuparon ese lote hasta llegar al fenómeno político en que se ha convertido el liderazgo del presidente Rafael Correa.
Si es una estrategia para el futuro se tratará de endosar a un partido, para no afectar su prolongación histórica como se demuestra en Argentina, como en México; pero, algunos analistas consideran que en el clímax de su poder los líderes máximos, en su obnubilación o celo, prefieren a un movimiento que carece de estructuras y más proclives a la incondicionalidad.
Las próximas elecciones de febrero de 2014 ratificarán en gran medida el fenómeno y permitirán adherirse a una cita acreditada a Erich Fromm, probablemente de su libro “La soledad del hombre”.
“Alienar un objeto equivale a regalarlo o a venderlo, es decir, transmitir sus capacidades artísticas en construir un ídolo, y luego adora ese ídolo, que no es sino el resultado de su propio esfuerzo humano. Sus fuerzas vitales se han precipitado en una “cosa”, y esta cosa, convertida en ídolo, no se experimenta como resultado de su propio esfuerzo productivo, sino como algo apartado, por encima y contra él, al que adora y se somete… El hombre idólatra se inclina ante la obra de sus manos. El ídolo representa sus propias fuerzas vitales de manera alienada”.
La situación nacional, en este aspecto tiende a confundirse, si el análisis del escenario insiste en una polarización que carece de sentido si se consideran los últimos y próximos resultados electorales. El “otro” o una alternativa de opciones no existen por diversas razones, entre la que destaca la indiferencia generacional, cuyos miembros ignoran que en los árboles en que están trepados tienen raíces en algo que se conoce como democracia. No solo es el miedo a la represión tributaria o mediática.