El escándalo Glas ha puesto al país patas arriba. Algunos festejan desde la víspera. Muchos otros destrozan jurídicamente la medida, cuestionan al SNAI por incompetente (¿cómplice?), rechazan los mensajes tibios del Gobierno emitidos para bobos. Sospechan que la apelación presentada -como en las amnistías- se enrede en la tramitología hasta su enfriamiento total.
La maniobra de excarcelación no es un incidente. Es un ataque cortopunzante a la institucionalidad del país. Y levanta especulaciones sobre pactos sucios de trastienda. Destacamos 3 mensajes significativos.
El primero, la impunidad. El mensaje es claro: la corrupción puede soportarse. Los delitos no se pagan; sobran leguleyadas para sortearlos. Los autores y cómplices, con un poco de paciencia y los bolsillos llenos, volverán a la luz como ángeles. La justicia puede ser penetrada y funcionalizada, todo es cuestión de aceitarla bien.
El segundo, la derrota. El Presidente que llegó por el voto anticorreísta -y su sello de populismo, concentración y corrupción- cede espacios. El correísmo, con Glas como bandera, va por más. Su próximo botín será el Consejo de Participación y las instituciones estratégicas de control. Ya le entregaron la Asamblea y ya ha mostrado su poder en el poroso aparato judicial. Sus próximos pasos se pueden adivinar sin mucho esfuerzo.
El tercero, la comunicación. Una estrategia de propaganda bien diseñada y aplastante produce milagros. Posiciona narrativas insospechadas. La liberación de Glas, proclaman, es la ratificación de su inocencia, la comprobación de su sacrificio, la prueba de la persecución, su estatura de mártir.
El hecho es tan espinoso -y si hay traiciones peor- que genera realineamiento de fuerzas políticas y pone en juego la credibilidad. En los próximos días -votaciones en la Asamblea, resultados de la apelación- se comprobará si se montaron pactos asquerosos. Lo peor que puede pasar es que el Hábeas Corpus se ratifique, que Alexis Mera salga libre y que Glas huya del país.