El euro y la eurozona están en terapia intensiva. Si alguien quería un indicio más claro de que el mundo está caminando a una acelerada crisis política, económica y social, nada puede ser indicio más claro que éste. La crisis estadounidense, japonesa y de algunos países periféricos de la Unión Europea ha sido tan grave y las soluciones han sido tan fútiles, que ahora está en riesgo mortal la misma idea de la integración monetaria europea.
Lo que está pasando es que las soluciones económicas y políticas para paliar la crisis han llegado a un punto muerto, a un callejón sin salida. El Banco Central Europeo aceptó rescatar a los países en crisis: Grecia, Portugal, Irlanda y ahora España e Italia, a cambio de ajustes presupuestarios drásticos y planes de reestructuración de deuda. Pero precisamente estos planes de autoridad han generado (como en Estados Unidos) el temor real de estancamiento económico y recesión. Eso, sin contar con disturbios sociales, protestas, descontento e inestabilidad política.
Los mercados financieros y bursátiles siguen cayendo porque no hay ningún indicio de que se acerca la luz al final del túnel y el Banco Central Europeo ha tenido que comprar más y más deuda soberana de los países en riesgo. Las dos economías que ha mantenido el barco a flote todo este tiempo –Francia y Alemania- se han quedado sin oxígeno. Francia está tan endeudada que estuvo a punto de perder la calificación triple A, casi al mismo tiempo que Estados Unidos. Sarkozy actuó rápido (a diferencia de Obama) y calmó los mercados, pero no solucionó su problema. Ángela Merkel está sola ahora para sostener toda la economía europea en crisis. Y será difícil que sus votantes acepten la pesada carga por el tiempo que tomará hacerlo.
Nouriel Roubini, el famoso economista que predijo la crisis financiera del 2008, dijo en junio que el euro desaparecería y mucho euroentusiastas lo criticaron por ello. Apenas dos meses después, la situación se ha acelerado tanto que sus pronósticos parecen cada día más cercanos. Alemania junto con Bélgica harán todo lo posible por mantener la unión monetaria, pero sólo si –y lo importante es el “sólo si”- los países miembros aceptan someterse a un control clínico de sus economías y por tanto ceder completamente su independencia fiscal.
Los países que no lo acepten serán empujados a una zona marginal, a una Europa Nivel Dos, de la que será difícil salir a menos que muestren todos sus números en azul. Esto en términos reales es una partida de defunción para el ideal inicial de integración. De todas maneras, la mitad de países miembros ha demostrado en los hechos que nunca estuvo dispuesto a hacer sacrificios por la unión monetaria en primera instancia.
La economía europea está sin brújula y a la deriva. Pocos quedan en pie. Y el problema es que los políticos están tardando demasiado tiempo en entenderlo.