Complace ver que en América Latina están surgiendo procesos políticos renovadores que replantean la tradicional relación que ha existido entre la sociedad y el estado. Me refiero a aquellos movimientos de ciudadanos que espontáneamente brotan del seno de una comunidad y, haciendo uso de la libertad de expresión, irrumpen en la vida pública para manifestarse y opinar sobre las decisiones del poder estatal, criticar los excesos de este y defender sus derechos con independencia y al margen de los partidos. Todo ello está demostrando que en América Latina ha emergido, para bien de la democracia, una nueva cultura política y, con ella, un nuevo actor de la escena pública: la sociedad civil.
La existencia de una sociedad civil diferenciada de la sociedad política, ha dicho Jürgen Habermas, es un requisito previo para la democracia. Sin ella, no hay estado legítimo. La sociedad civil está separada del estado y solo su relación con el “mundo de la vida” le permite dar cuenta de la pluralidad de ella. Esto explica por qué en el ámbito de lo privado y lo cotidiano crecen lazos de solidaridad entre ciudadanos que afrontan, por igual, situaciones de arbitrariedad o menosprecio emanadas de un poder autoritario. Este es el fundamento de toda sociedad civil, no depender del estado ni obedecer a interés de grupo determinado, sino de la comunidad en general. Por ello, el estado hegemónico, celoso de un poder que surge de las calles y al que no puede controlar, tratará siempre de ahogarlo y reprobarlo. Y es lógico que lo vea así, pues desde la perspectiva del autoritarismo la presencia de una sociedad civil que se organiza y alza su voz en las plazas públicas, siempre quitará el sueño al sátrapa acostumbrado a mandar sin que nadie le chiste, ni alce la voz en son de crítica o queja.
La sociedad civil ha sido protagonista de los grandes cambios políticos de la época contemporánea. Se la creía anulada pero resucitó altiva en Polonia cuando enarboló la bandera del sindicato Solidaridad para dar al traste el inepto gobierno de Jaruzelski y el estado comunista. Luego de ello, el resquebrajamiento del imperio soviético fue casi inmediato. La primavera árabe no hubiese existido sin ella.
De entonces para acá, las sociedades civiles se han fortalecido en Occidente. En todas partes tiene un rostro conocido y una voz potente. La conforman los sindicatos, las organizaciones no gubernamentales, los ciudadanos que invierten su capital y crean fuentes de trabajo, los colegios de profesionales, los intelectuales, las organizaciones barriales. Su solidaridad y autonomía está más allá del estatismo (socialismo) y del neoliberalismo.
El político que la ningunee tendrá que vérselas con ella en las calles, pues hoy más que nunca está unida e intercomunicada gracias a la profusión de las redes sociales. Si queréis cambios profundos en la vida de un pueblo que no tiene libertad, entonces despierta a su sociedad civil, dadle Internet. Eso ya lo saben en Cuba.