Por el filo, pero pasaron. Los rioplatenses con un empate técnico en las elecciones preliminares (PASO) recientes y el Ecuador aprovechando, desde el otro lado, el jugoso limón de la indagación de la corrupción. Sin embargo, en este último país se reconoce lentamente que es preferible la mata entera que los frutos individualmente considerados.
Venezuela es un caso diferente y corre una suerte que no merecen ni su pueblo ni su historia. La oposición antichavista avanzó rauda en las últimas elecciones legislativas del 2015 y alcanzó 113 escaños de un conjunto de 167; luego de una heroica resistencia ofreciendo a la historia de sus héroes y mártires 130 víctimas, convocó a una consulta popular contra el régimen a la que asistieron siete millones y medio de ciudadanos. Sin embargo, inexplicablemente se truncó en esta ruta y está paralizada por una constituyente oficialista que se instaló con solo el 50 % de los votos emitidos en forma universal y directa.
Esta suerte diferente de las fuerzas opositoras en los países mencionados motiva a indagar en busca de explicaciones, más que conclusiones. En primer lugar, no hay resultados definitivos. En Argentina el triunfo en la mayoría de las principales provincias y el empate técnico en la capital no permite llegar a la conclusión de que el ocaso peronista es irreversible. Los gobiernos corruptos, si logran hacer obras visibles, adquieren una vacuna de impunidad cuyo resultado, aunque parcial, continúa haciendo ruido en las urnas; mucho más cuando el juicio político a los primeros magistrados los destituye y el juicio penal a los mismos ni siquiera los suspende de sus funciones, como en el Ecuador.
En segundo término, la práctica la concertación política, no del simple acuerdo coyuntural, es excepcional y este desfase concede una ventaja táctica a los autoritarismos. Un ejemplo es el logro venezolano de la MUD -Mesa de la Unidad Democrática-, que no superó la retórica parlamentaria y fue neutralizada por una Asamblea Constituyente venal. Por eso las experiencias del Frente Amplio de izquierda en Uruguay luego de la dictadura militar y la Concertación por la Democracia en Chile continúan siendo excepciones.
En tercer lugar, es necesario señalar la ausencia de un proyecto alternativo a las proclamas de la tarima populista. Mientras estos últimos se nutren de las raíces socialistas del siglo XX, a pesar de su decadencia o fracaso, del otro lado solo existe unos confusos dibujos de un liberalismo económico europeo nutrido de filósofos y no de escuelas. Carecen además de los requisitos fundamentales de la comunicación electoral: impresionar, conmover y persuadir.
La Venezuela de Maduro, Cabello y el soviet militar de ese país; la sobrevivencia del peronismo o el eje bipolar belga- ecuatoriano mantienen su precaria vigencia, pero no desaparecen.
Da la impresión de que la Esfinge de Sófocles sigue preguntado en el siglo XXI por el niño, el adulto y el viejo.