El Ecuador ha pasado todo tipo de avatares durante 40 años, después del retorno a la democracia en agosto de 1979, pero se destacan varios períodos de crisis económica con gran inestabilidad política y un largo período de bonanza con déficit de libertades y sin una fiscalización que impidiera el robo organizado.
Pasada la mitad del período de Lenín Moreno, los intentos del correísmo para recuperar el poder, o al menos para enturbiar las cosas, pueden volverse cada vez más efectivos. Más todavía si el Gobierno no provoca la suficiente cohesión para enmendar errores como la permanencia del Consejo de Participación Ciudadana (Cpccs) en el sistema institucional o para darle algo de credibilidad a un diálogo hoy reducido a la repetición de un ritual.
El meollo radica en que el actual Presidente, si bien decidió alejarse del libreto que había dispuesto para él Rafael Correa y sentó las bases para un país de libertades y en el que funcione la fiscalización, de manera reiterada no ha tenido la convicción ni la entereza suficientes para reparar la pata más importante de la mesa rota: la economía.
Los ánimos van agriándose y es inevitable tratar de avizorar el futuro ya no tan lejano de las próximas elecciones. Los acuerdos de colegislación no se muestran efectivos y cada quien empieza a hacer las cuentas de siempre, aunque la verdad es que a nadie le conviene empezar un nuevo período democrático con una crisis más honda que la actual.
El capital político de las instituciones, hoy por hoy, es magro, incluyendo el del Ejecutivo. Es un retorno del infierno en el que indudablemente pesa el hecho de que el correísmo dejó bien sembradas sus raíces, pero la mitad del problema es producto de la indecisión y de falta de sentido de urgencia.
Por esas razones, a nadie debiera extrañarle que un personaje como el cura Tuárez esté provocando el actual revuelo. Su Cpccs es producto de la negligencia política del Gobierno y, al mismo tiempo, pone en apuros a instituciones como la Corte Constitucional, nacida de la transición, a una Asamblea Nacional sin brújula política y al propio Consejo Nacional Electoral, que según las denuncias no puso el suficiente cuidado en la calificación de este hijo de la política ecuatoriana.
El sacerdote con ambiciones de figuración da nueva vida a un estilo y a unos intereses que el Ecuador, en sus distintas instancias, no ha querido o no ha podido archivar. Él no es el problema sino la expresión de lo que sucede cuando una clase política y una sociedad se conforman con resolver el día a día.
Del diálogo nacional pronto pasaremos a las movilizaciones que pudieran terminar acorralando a un gobierno preocupado más por crear hechos mediáticos que por resolver los problemas de fondo. Ya empiezan los cálculos para bajarse de la camioneta, sin que importe el país. Nos merecemos a Tuárez.