En nuestro país el signo que acompaña a la mayoría de debates públicos es la radicalización. En los extremos suelen situarse los debates, parecería que todo, o casi todo, se mueve en un blanco o negro sin matices, sin tonalidades, sin versiones intermedias. Esta idea del todo o nada, del estás conmigo o contra mi, se expresa con especial fuerza en las redes sociales, esa caja de resonancia de lo mejor y lo peor de la sociedad, del ser humano. Un espacio que iguala en los debates a todos las personas, que presta un balcón virtual a todos con acceso a ese mundo.
Allí todo cuanto compartimos se somete a un increíble escrutinio público en el que el peso principal para juzgar su valor es el número de seguidores, los “me gusta” o las veces que se lo comparte. La calidad de los argumentos suele quedar en segundo plano.
Pero cuando nos quejamos de ese gran foro público que es Internet, solemos olvidar que cada persona que expresa una idea, comparte una información, comenta en un debate por medio de un post de cualquier red social, está ejerciendo una libertad básica en una sociedad democrática, la de expresión.
Umberto Eco, en un entrevista para el diario La Stampa, afirmó que las redes sociales son “la invasión de los idiotas”. Muchos consideraron que detrás de esta dura afirmación estaba un claro elitismo intelectual que expresa una clara incomprensión de las redes sociales, del Internet y su poder de representar claramente a una sociedad plural, diversa, con todos sus intereses, perspectivas y contradicciones. ¿No existen límites a lo que se puede decir, compartir, opinar?
Claro que sí, el problema está en cómo determinarlos, esa delgada línea que existe entre expresar ideas impopulares, duras, incómodas, desagradables, pero protegidas como ejercicio de un derecho; frente a la difusión de discursos de odio y la circulación de información falsa, afectando a personas determinadas, la vida social o grupos a los que se dirige el mensaje cuando éste tiene por objetivo amenazar, callar, provocar miedo o dañar.
Soy un usuario de esas redes, particularmente de Twitter, allí en más de una ocasión he sido parte de debates relevantes, algunos de ellos acalorados e intensos. Gracias a esas redes he podido compartir información, mis ideas e intereses; he podido leer a gente especialmente interesante, con la que muchas veces no estoy de acuerdo, pero me maravillo con las ideas que exponen, el poder de sus convicciones y la fuerza de sus argumentos.
Al final del día, el saldo es a favor de las redes sociales, sin importar las “legiones de idiotas” (para recordar otra calificación de Eco), es positivo, debemos defender los espacios de debate frente a los censores que, en todo lado, aparecen como dueños de verdades y esgrimen sus “buenas razones” para callar a quienes no comparten su forma de ver el mundo; la respuesta debe ser con argumentos, con ideas, con razones, no con insultos, amenazas o censura.