Mi breve balance del año empezará por el Ecuador. Y lo que me quedó claro es que las fuerzas políticas son incapaces de trabajar juntas por el bien común. El país se incendió precisamente por eso, afloraron las peores taras de nuestro pasado -la discriminación, el racismo- y fue contestado con violencia verbal y física.
Ecuador es ahora aún más dividido entre grupos sociales que no quieren construir un proyecto de país, sino imponer sus ideas. Mientras tanto, la crisis económica no amaina. Los pobres siguen más pobres y la clase media ya sufre los estragos de una economía moviéndose solamente por inercia después de la larga dilapidación de recursos durante el correísmo. Lo que no hemos entendido todavía es que resolver el problema económico necesita de un acuerdo mínimo donde todos tienen que ceder y pagar las consecuencias electorales que tomó la mayoría. Hasta que eso pase, el país no avanzará hacia ninguna dirección. Desde fuera, sólo se ve a un país estancado en un marasmo todavía plagado de escándalos de corrupción, disputas políticas en temas de derechos humanos sin ninguna proyección en temas de comercio, innovación o cualquier otra señal propositiva. Tardaremos años en re-insertarnos, mientras no arreglemos nuestros problemas internos mínimamente.
Y no puede haber peor tiempo para ese re-lanzamiento en la escena internacional. En América Latina, la política intrarregional sigue en la emboscada de Hugo Chávez cuando dividió la relación regional no entre países sino entre proyectos ideológicos, con su propia Guerra Fría regional con terribles consecuencias para la gobernanza y la creación de oportunidades. Los gobiernos de centro-derecha en lugar de cambiar el rumbo, sólo han adoptado las mismas taras y ahondado las disputas ideológicas con proyectos igual de absurdos de integración como Prosur o matando buenas iniciativas mal manejadas como Unasur. En el camino, América Latina perdió su capacidad de resolver problemas colectivos en comercio, migración, inclusión, cambio climático, biodiversidad y, aún peor prevenir conflictos y enfrentamientos político-electorales como en Venezuela y ahora Bolivia.
Para colmo, el escenario internacional es aún más lúgubre. El año termina con una desaceleración económica significativa. Y todos los pronósticos apuntan a una recesión mundial para mediados o fines de 2020. Esto significa menos exportaciones y menos recursos para todos. Y lo peor, las razones de esta crisis no son ni serán económicas sino políticas. La crisis se avecina por la agresiva decisión de EE.UU. de cerrar mercados a discreción y la consecuente disputa comercial con China, que parece haber amainado este fin de semana con un acuerdo parcial, pero seguro resurgirá el próximo, cuando Donald Trump necesite otra vez un enemigo externo al cual usar para ganar las elecciones. Y todos sabemos que no será Rusia.