¿Hacia dónde va la democracia? Ciertamente, atravesamos actualmente por cambios radicales en la forma como entendemos la democracia y la participación política. Los fenómenos que iniciaron con la ‘Primavera Árabe’, que se extendieron a los ‘indignados’ de la Plaza del Sol, que alborotan tanto Wall Street como las calles de Santiago, expresan un movimiento de impugnación de gran escala a las instituciones políticas y al funcionamiento de los mercados, que generan exclusión e inequidad de manera sistemática.
A vísperas de que el planeta alcance los 7 mil millones de habitantes -hecho que ocurrirá mañana, 31 de octubre, según el Informe ‘Estado de la Población Mundial 2011’, de la oficina de las Naciones Unidas para la Población, Unfpa- uno de los rasgos más relevantes es la presencia mayoritaria de población joven (más del 50% de la población mundial tiene entre 10 y 25 años). La presencia y el protagonismo de los y las jóvenes en estos ciclos de movilización política nos interroga sobre si expresan cambios radicales y significativos en la política, o si es solo un desajuste generacional.
El carácter global de la impugnación está dado por la importancia cada vez mayor de las tecnologías de información. La ampliación de los contextos de experiencia (sentir el mundo desde las nuevas tecnologías de información) induce a incrementar las expectativas de realización y desborda la capacidad de los sistemas para adecuarse y responder a estas demandas. Pero esta misma lógica genera fuertes desajustes: mientras en el campo de las lógicas financieras, las tecnologías de la información aceleran los procesos de especulación, en el campo de la producción, las estructuras tienden a volverse inflexibles, eliminando empleo calificado y generando desocupación.
Los desafíos para el futuro demandan la profundización de la democracia. Por un lado, crece la exigencia social de regular las lógicas financieras y de generar condiciones de flexibilidad productiva, que incluya y no expulse a una población joven que se proyecta a través de nuevas lógicas de ‘movilidad cognitiva’. Por otro lado, las instituciones de gobierno se ven abocadas a adecuarse a este nivel de demandas, en un contexto en que la gestión pública está expuesta más que nunca a la observación, y en que las demandas sociales tienen canales de expresión más directos que los que antes permitían procesarlas y depurarlas.
La función de la representación y de los partidos políticos como mecanismos de procesamiento de las demandas sociales está en cuestión. Si estas demandas no son canalizadas adecuadamente, en lugar de profundizar la democracia estas nuevas formas de expresión política podrían ser -como se decía en Fráncfort- ‘la antesala del dominio total’.