Sobre casos de pedofilia
Una declaración impropia y cínica del sacerdote César Cordero, acusado de supuestos abusos de menores, me llevó a escribir el artículo “Curas pedófilos en el Ecuador” en el que mencioné su caso y otro muy puntual, sobre el que dije: “El poder del encubrimiento es enorme. Por algo parecido a lo que el entonces arzobispo de Guayaquil hizo al proteger a un cura responsable de abusos, hace poco un alto prelado fue condenado en Australia a cuatro años de cárcel.”
Antonio Arregui, arzobispo que fue de Guayaquil, ha enviado una carta a El Comercio en que afirma, entre otras cosas: “Por si acaso se refiera a mi persona, aclaro que, durante mi servicio como arzobispo de Guayaquil, se dio únicamente una denuncia de este orden que determinó la apertura de un proceso, que culminó con sentencia de privación del estado clerical para el sacerdote acusado.”
Bienvenida la carta en que, lejos de justificar sus actos, Arregui mas bien confirma mi afirmación, porque acepta que conoció y hasta sancionó con penas eclesiásticas las acciones escandalosas de un cura. Pero, a sabiendas de que se trataba de delitos penados por la Ley, no lo denunció a las autoridades para que el autor fuera procesado. Su silencio permitió que esa persona se mantenga en contacto con niños en otra ciudad, con el peligro consiguiente. Eso es flagrante violación legal y encubrimiento. Lo es aquí, en España, en Chile y hasta en el Vaticano. Pero Arregui lo llama un “delito inexistente”.
Para intentar justificar que los jerarcas no denuncian casos de pedofilia se ha dicho que se debía evitar el “escándalo”, que hace daño a la Iglesia. Terrible argumento, porque el silencio es encubrimiento y complicidad. Y permite, además, que responsables de actos criminales sigan cometiéndolos.
Con la carta de Arregui se desató una campaña histérica, declarándome “enemigo de la Iglesia”. Aclaro que mi artículo se refirió a dos casos puntuales y no generalizó. No me referí al clero en masa sino a “una minoría de delincuentes … permitida, hasta protegida por años.” Aún más, relievé la postura del papa y de obispos que, como monseñor Parrilla, no hacen concesiones y condenan con energía y valor estas irregularidades. Destaqué también como positivo el manejo del caso por el actual arzobispo de Guayaquil.
La “prudencia” no debe llevar a la Iglesia Católica a ocultar la verdad para, supuestamente, proteger su imagen institucional. Eso le hace mucho daño. Sus más mortales enemigos son quienes callan y no afrontan con radicalidad el mal. No los que buscan aclarar las cosas y apoyar a las víctimas.
Cuando nos referimos a estos casos no es para calumniar o divertirnos. Lo hacemos con pesar, insistiendo en que “Las acciones deben ser más abiertas y las políticas de encubrimiento desterradas para siempre”.
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