El fútbol, la mayoría de las veces, es una fiesta y en estos días estamos viviéndola en su máxima expresión con la Copa Mundial 2022. Los ecuatorianos aún más, cuando hemos debutado con un triunfo frente al equipo anfitrión, lo que nos llena de ilusiones con respecto al papel que podamos hacer.
Sin embargo, más allá de los resultados sorpresivos, la cosa no comenzó bien. La inauguración fue bastante deslucida a pesar de la belleza del estadio en la que se llevó a cabo. ¿La razón? Grandes artistas se negaron a asistir debido al irrespeto a los derechos humanos en el país árabe y a las acusaciones de muerte y/o maltrato a miles de trabajadores durante la construcción de la infraestructura necesaria para llevar a cabo el Mundial.
Es que en el caso de Catar, hablamos de una autocracia teocrática, en el que la sharia o ley islámica es la principal fuente de derecho y en el que los derechos de las minorías sexuales y de las mujeres son prácticamente inexistentes. Además es un país sin tradición futbolística, como quedó demostrado con el papel de su selección, y sus condiciones climáticas extremas obligaron a mover el calendario regular.
¿Por qué realizar un Mundial en un país así? Pues por lo que Sarath Ganji ha denominado “sportwashing”, una herramienta de manipulación de la información que sirve para lavar la cara de regímenes con mala reputación mediante eventos deportivos. Ya lo hicieron el régimen fascista de Italia en la Copa de 1934 y el régimen nazi en los Juegos Olímpicos de 1936, por ejemplo.
Catar manejó bien sus bazas y su poderío económico y se quedó con la sede del Mundial. Ahora, la mayoría de la población mundial está pendiente de sus pantallas e hinchando a sus equipos. No pretendo yo que sea algo que no se deba hacer, pero sí creo que las principales democracias del mundo deben trabajar para impedir que cosas así se vuelvan a repetir. Mientras tanto, ojalá que la selección de Catar siga perdiendo, para que recordemos que a pesar del lavado, su cara sigue sucia.