Aluvión electoral
Debe sumarse a la preocupación por el futuro del Consejo de Participación Ciudadana el tema de la multiplicidad de candidatos en todo el territorio nacional. Es imposible evitar la interpretación de que esto afecta a una democracia que, como sistema, requiere de programas o estrategias sostenibles en tiempo y no por efímeros conductores. En medio del orden democrático formal que se mantiene desde 1979, esta avalancha electoral del 2019, puede significar por sus efectos, peligros similares a los afectaron la estabilidad del país: la muerte del presidente Jaime Roldós, el intento desestabilizador a Osvaldo Hurtado, la descalificación del vicepresidente Alberto Dahik y la caída de Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez.
Existen varias explicaciones para un fenómeno que evidencia un descontrol cívico en el que sobresale el ego descontrolado de los actores públicos como promoción para futuros elecciones o refugio preventivo frente a próximas investigaciones. Los casos, en una lamentable mayoría, debieran ser estudiados por la sociología, la psiquiatría o la fiscalía del Estado. Sin embargo, es la oportunidad para indagar por un factor determinante como es la ausencia de partidos o movimientos fuertes que presenten líderes o conductores, no caudillos que son antropófagos que, al desaparecer, lo hacen con el resto de sus movimientos o partidos. Por eso son la primera y la última voz de su grey.
Para el Ecuador y otros países el balance es claro. Sin partidos fuertes no hay democracia, pues la relación entre un líder poderoso frente a un pueblo al que lo obligan a votar y al que no respetan su voluntad cuando vota nulo o en blanco resulta una especie de fascismo. A esta “masa” tampoco le permiten demostrar el descontento o la protesta con una abstención, pues esta es penada. Deben votar por el candidato o candidatos impuestos por la voluntad de un caudillo que todo lo sabe y todo lo puede. La ONU debiera prohibir que en estos países se repita la proclama sobre la democracia expresada por Lincoln en Gettysburg. “El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.
La crisis de los partidos políticos en América Latina, al final del siglo pasado y en lo que va del presente se acentuó con el fin de la Guerra Fría; con el régimen presidencial sin alternativas de un parlamentarismo, así como la legislación administrada por una solo cámara. En el primer caso se desactivaron elementos de la movilización y competencia política; luego, a pesar de la a inestabilidad en zonas propensas a la fragmentación no se ha pensado en alternativas a un ejecutivo solitario y, finalmente, el unicameralismo es un camino seguro para la irrupción del cualquier populismo.
En este panorama los caudillos, las argollas y los pueblos necesitados están llamados a la mesa. La crisis fiscal y las carencias ya se arreglarán. La derecha política y económica no se desesperan. Siempre en el segundo tiempo se pueden hacer cambios.