El abuso a los niños escolares estremece. El dolor, la rabia, la impotencia se cruzan en el pecho y en el alma. El tema ha sido diseccionado desde varios ángulos: la ley, el derecho, la autoridad. Quedan claro 3 cosas: no es casual, no se reduce a 4 maestros, hay subregistro. Y ojo, no faltaron advertencias.
Es momento para identificar causas y castigar implacablemente. Para reconocer esfuerzos oficiales y para contribuir sin mezquindad… Desde la educación, aportamos una mirada.
Los centros educativos -expuestos con estos casos- quedan heridos de muerte. La desconfianza se instala. La angustia ante nuevos casos se extiende. El profesor se vuelve sospechoso. El impacto y la tristeza dividen alumnos, maestros, familias.
Ahí es preciso actuar. La judicialización y la atención individualizada es clave. El trabajo con los equipos y centros también. Es impresentable por ejemplo, saber de decenas de maestros y alumnos que respaldan a un abusador (Colegio particular de Quito) o de un profesor escondido (Réplica Aguirre).
Velar por el centro educativo es prioritario. Porque es la unidad –colectiva- del sistema, el micro universo donde se aprende de todo, dentro y fuera de clase. Ahí se instala la transparencia y el respeto, o la opacidad y la agresión. El foco exclusivo en el aula nos oculta el cuadro completo.
No es un problema de ahora: el sistema ha chupado la savia del centro educativo. Un estado tecnócrata e infalible los ha tornado unidades autómatas. Reciben masticado currículo, normas, códigos. Como obligaciones vacías, simplonas. La construcción de identidad –planes institucionales- perdió músculo y corazón.
Hablamos de gestión y cultura escolar, productos sociales que se combaten, soportan o auspician desde el poder. En estos años, se han nutrido, con el ejemplo o la pésima asesoría, centros con sello autoritario. Subyugados hacia arriba, implacables hacia adentro: poder concentrado, disciplina ciega, cero participación. El anonimato, la deshumanización campean. Más aún en las unidades monumentales donde nadie sabe quién es hijo de Dolores o vecino de la iglesia.
Los modelos excluyentes no son neutros ni inofensivos. Crean condiciones para el abuso y la humillación de adultos, y especialmente de niños.
En gestión y cultura escolar hay un deber y una oportunidad para innovar. La vivencia democrática cotidiana compete a los centros educativos. Y también educa. Y también forma parte de la calidad. Nuevas normas y protocolos son esenciales, ¡pero se quedan tan cortos!
Un escenario amigable, sano, seguro, de cuidado compartido, de comunidad educativa y preventivo por excelencia, no se crea espontáneamente. Hay que provocarlo, crear las condiciones. E involucrar a los actores como sujetos libres. Sin ellos, un empobrecido y peligroso formalismo seguirá imperando.