Nunca será posible comprender el atávico rasgo del caudillo por captar el poder o mantenerse en él, de manera perdurable en América Latina. El estigma del libertador único parece que nunca se extinguió con las batallas de la independencia, sino que sigue adelante inútilmente en configurar un Estado Nacional.
En este sentido, el mapa electoral ecuatoriano, que está a punto de cerrarse para las elecciones de marzo 2019, no puede estar más nutrido de signos apocalípticos. Si se examinan las diferentes opciones regionales, respetando los derechos de elegir o ser elegidos, así como el de opinar, es posible interpretar un mensaje. Abriendo la muñeca rusa en que está encerrado su contenido parece trasmitir que la democracia mantenida desde 1979 está por terminar por inanición. Una apreciación tan pesimista- una opinión nada más – no puede ser interpretada como un propósito de limitar la voluntad del pueblo que elige sobre lo que se lo ofrece en un festival de cinismo en el cual, como agravante, es obligatorio el sufragio, salvo pena de afectar sus derechos cotidianos. El problema consiste en que la mayoría de las opciones no ofrecen otra oportunidad que la de poder sufragar por lo que el caudillo o una élite ha decidido de antemano y a puerta cerrada. En términos de filósofos, algunas veces “el ser” trastoca brutalmente “el deber ser”.
El agravante reside en que muchos ciudadanos sufragan sin percibir que el sistema se sostiene en peligrosos pilares constitucionales: una sola cámara legislativa (muy atractiva para cualquier líder autoritario); elecciones en todos los niveles para cuatros años (casi señores feudales) y donde la principal función, el Consejo de Participación y Control Social, tiene funciones básicas del Congreso o Asamblea Nacional. Siempre quedó la duda si los de Montecristi en alguna velada de trabajo, confundieron Montesquieu con Belcebú.
En estas condiciones, el pueblo ecuatoriano para evitar que nuevamente lo azote un caudillismo o el populismo, como el último que imitó con singular éxito al histórico Atila, debe tomar conciencia de la necesidad de alcanzar un acuerdo nacional, antes de la elección presidencial del 2021, entre las dos o tres principales fuerzas políticas del país; las otras, solo son para la figuración de algún acaudalado o para pasar el sombrero.
Es probable que para el caso más difícil que es la eliminación del Consejo de Participación Popular se necesite de una consulta popular con solo dos puntos; eliminar constitucionalmente la creación maquiavélica del socialismo en Montecristi y restituir todas las funciones electivas a la Asamblea Nacional. Hay que evitar que la consulta popular sea un mercado donde hay de todo que confunda a un electorado que debe pronunciarse solo sobre temas estratégicos; por lo tanto, deben descartarse – aunque sea postergándolo para otro momento histórico- casos como las peleas de gallos o matanza de toros.