En España y en otros países suelen rendir homenaje a los abuelos el 26 de julio de cada año.
La razón de la fecha se explica por la circunstancia de que, en el santoral de la Iglesia, ese día está dedicado a honrar a Santa Ana y a San Joaquín, los abuelos de Jesús. Lejos del estrépito comercial que suele preceder al día de la madre, el homenaje que se rinde a los abuelos es más íntimo y modesto, coincide con esos días en los que las familias hacen maletas y parten en goce de vacaciones veraniegas. La imagen de los abuelos (él y ella) guarda siempre cierta aureola que viene desde antaño, desde la época de las sociedades patriarcales en las que el “diligens paterfamilias”, el abuelo de todos, dirimía sabiamente los asuntos más graves del grupo familiar. Si tal era el panorama de la familia tradicional, en los tiempos que vivimos, cuando han proliferado nuevos modelos de familia y tanto hombres como mujeres compiten por igual en el campo laboral, el rol que proverbialmente tenían los padres ha cambiado.
Las obligaciones que antes estaban relegadas a la madre, la tarea doméstica y el cuidado de los hijos pequeños, ahora debe también ser atendida por el padre. Y queda siempre el dilema de saber ¿quién cuida de los hijos pequeños si, como ocurre siempre, papá y mamá deben ausentarse de casa para atender sus respectivos compromisos laborales? Y allí están los abuelos para llenar amorosamente ese vacío.
Obligados por las circunstancias de esta nueva sociedad, muchos abuelos tienen la oportunidad de vivir una segunda paternidad en la que, la responsabilidad primera de la manutención ya no les corresponde; en cambio, entregan, y con creces, lo que en ellos abunda: su amor, ternura, paciencia y experiencia. Allí estirará la abuela quien, entre otras finezas, es la que cocina más sabroso; y allí el abuelo, esa enciclopedia de la vida, para contarle cuentos al nieto y relatarle cómo fueron sus padres cuando chicos. Para el crecimiento de los niños la amorosa cercanía de los abuelos resulta más importante que todas las vitaminas. Y a la vez, para los abuelos el amor que dan a sus nietos regresará a ellos en renovada juventud.
En el ámbito de lo estrictamente humano, no es más afortunado aquel que posee mucho sino el que da mucho. ¿Qué es lo que un niño espera de un abuelo o una abuela sino el tesoro de su abnegada ternura? Quien da amor, amor recibe. “Algo nace en el acto de dar, dice Erich Fromm, y las dos personas involucradas se sienten agradecidas a la vida que nace para ambas.(…) Dar es más satisfactorio, más dichoso que recibir; amar, aún más importante que ser amado.(…) El amor infantil sigue el principio: Amo porque me aman. El amor maduro obedece al principio: Me aman porque amo. El amor inmaduro dice: Te amo porque te necesito. El amor maduro dice: Te necesito porque te amo”.