Terán fue negociadora del Régimen Internacional ABS por la región de América Latina y el Caribe. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
Desde que comenzó con sus estudios, Yolanda Terán Maigua quería convertirse en un puente entre la academia de científicos y los pueblos indígenas. Su camino no ha sido fácil. Solo un 2% de las mujeres indígenas en América Latina completan una educación superior y un porcentaje aún menor alcanzan los estudios de doctorado, con los que ahora ella cuenta.
Tras 12 años viviendo en el extranjero, esta mujer de la nacionalidad kichwa logró obtener un PhD en educación indígena, una media beca para realizar su post doctoral y ha participado en las negociaciones internacionales para velar por los derechos de los pueblos indígenas en instrumentos como el Protocolo de Nagoya.
Después de culminar sus estudios, Terán empezó a trabajar como investigadora científica en la Universidad de Nuevo México, en Albuquerque, y se convirtió en miembro de la Red de Mujeres Indígenas sobre Biodiversidad.
A través de esta organización, Terán busca dar un acompañamiento a las negociaciones del Protocolo de Nagoya durante todo el proceso.
Cuando se empezó a hablar sobre el protocolo en el año 2004, dice, surgieron los “sentimientos encontrados” porque, como pueblos indígenas, no habían pensado en la posibilidad de comercializar el conocimiento ancestral.
En ese momento, Terán acudió a la Universidad de Nuevo México para contar lo que sucedía a escala internacional. Llevó a líderes de la región andina y analizaron el primer borrador del régimen internacional del Convenio sobre la Diversidad Biológica (ABS). Allí elaboraron un documento conjunto, llamado: ‘La cultura no se vende’.
Entre el 2009 y 2010 volvimos a reunirse y realizaron un documento que sirvió de base para las últimas discusiones del Protocolo de Nagoya, que fue ratificado el año pasado en el Ecuador. Para Terán, este documento, como está actualmente, es un instrumento positivo para los pueblos indígenas, ya que se logró que en el preámbulo se considere a la Declaración de los Pueblos Indígenas y es una forma de evitar los abusos relacionados a la biopiratería en el mundo.
En este documento, considera, también se reconoce el rol de las mujeres indígenas. Después de años de negociaciones, se logró que se establezcan artículos que especifican que los recursos genéticos están asociados a los conocimientos tradicionales. Este punto, llevó a varias discusiones, ya que algunos científicos occidentales, cuenta la representante kichwa, defendían que los recursos genéticos están separados del conocimiento tradicional.
A pesar de los logros obtenidos durante el proceso, dice Terán, aún hay varios retos. Los países que han ratificado el Protocolo de Nagoya están analizando su puesta en práctica. Para esta científica, es necesario que los pueblos y comunidades indígenas sean capacitados más sobre este instrumento internacional y se aclare cómo se va a llevar a cabo el reparto de beneficios.