Muchos han dicho que César Farías borró con el codo todo lo que escribió con la mano. Pero quizá, como dijo Andrés Calamaro, borró con la mano lo que ayer escribió con el codo. Así es a veces la vida de las personas, que la llevan al extremo. La pasión, cualquiera que fuese, y ese es en esencia su problema, no tiene medida ni control. Es, en el fondo, un desequilibrio.
Lo ocurrido en el partido con el Delfín, en Manta, cuando agredió a dos jugadores y la sanción por 14 meses, son buenas razones para afirmar algo así. Borró lo que hizo el año pasado en Aucas.
Fue campeón dirigiendo a aquel ídolo desdichado, que tenía una especie de condena mística, un sino trágico, que le impedía ganar algún título nacional. Y lo hizo de manera deslumbrante. Un equipo a la deriva rompía una maldición que parecía eterna.
Cuando se oficializó su nombre como técnico de Aucas en abril del año pasado, todos reconocieron que venía un buen técnico. De ellos, no pocos decían que era “temperamental“, palabra que merece un mejor destino. Siempre fue complicado, conflictivo. Algunos decían que era soberbio, con el agravante de venir de un país cuyo fútbol es aún menor en el continente.
Durante el campeonato del año pasado, cuando los resultados iban bien, se mostró como un hombre mesurado. Él decía que transitaba la madurez; muchos se sorprendían y hasta dudaban de ello amparados en aquello de “genio y figura”.
No es extraño que los deportistas y sobre todo los futbolistas sean convertidos en referentes sociales. Eso es algo que se ha heredado desde los tiempos de la Grecia antigua. Se les exige ciertas conductas. Los espartanos, por ejemplo, que ganaban una competencia olímpica, tenían como premio ir en primera fila en la próxima batalla.
Lejos de todo estoicismo, en la Atenas del siglo V a.C. o en el mundo de hoy, a los grandes atletas se les da, en compensación a su esfuerzo, una vida lujosa y placentera.
Los grandes deportistas no solamente son referentes, sino héroes. Y quizá por eso Lionel Messi provoque amores universales: además de un gran jugador, es alguien de conducta intachable. Lo más grave que ha dicho, en el momento de mayor calentura: “¿qué mirás bobo?”
El equipo proletario
Al menos en el 2022, César Farías parecía entender aquello que puede llamarse “la representación simbólica” de los equipos de fútbol. En una entrevista que dio a EL COMERCIO el año pasado, definió al equipo como “proletario”, una palabra que no tiene la misma dimensión de tiempos pasados. Ni siquiera la izquierda la usa para referirse a su vanguardia revolucionaria.
Nunca se la había aplicado al Aucas, al que se le conoce como más bien como “popular”. Pero tiene algún sentido el término proletario.
El fútbol es una invención del capitalismo; al menos, su divulgación. Si no fuera por la expansión industrial de Inglaterra a finales del siglo XIX, quizá hubiera demorado mucho más en divulgarse.
Casi todos los deportes modernos lo son. El béisbol, por ejemplo, pudo divulgarse en los países del Caribe, Cuba y Puerto Rico sobre todo, como una resistencia al dominio español, pero, a la vez, como resultado del expansionismo estadounidense en aquella región.
Y es el fútbol, sin duda, el mayor deporte de la globalización y las relaciones comerciales de las grandes corporaciones. También los equipos han ido cambiando sus modelos de gestión y muchos tienen grandes inversionistas, millonarios árabes, indios, chinos. Los equipos se han convertido en empresas. El fútbol es deporte, entretenimiento y negocio.
La tragedia griega
Los héroes griegos tienen como destino la tragedia: sabiéndolo o no, el final es tortuoso. No hay héroe sin dolor, sin sufrimiento. Y Farías bien pudo ser de esos técnicos a quienes los hinchas y los equipos levantan un monumento, como lo hizo, por ejemplo, Racing de Avellaneda, con Reynaldo ‘Mostaza’ Merlo, que lo llevó al título luego de una sequía de 35 años sin título.
Además, parecía que él permanecería en el equipo por largo tiempo. Su relación con el presidente Danny Walker era inquebrantable. Era el feliz encuentro del empresario con un estratega deportivo de alto nivel.
Siempre supo, sin embargo, que sobre él pesaba una imagen negativa. “A mí me han señalado y me han intentado ensuciar mucha gente porque uno tiene mucha valentía, porque viene de un lugar que no era futbolística y porque me gustan los desafíos. Defiendo a la institución en la cual trabajo y estoy dispuesto a todo“, dijo en esa entrevista a EL COMERCIO.
“A partir de ahí se generan mitos, leyendas urbanas, un imaginario colectivo, que me ha permitido vivir un personaje totalmente distinto a la persona natural con su familia, con su gente, con sus jugadores. Como nunca me importó lo que dijeran de mí, y seguí siempre avanzando y me pude defender con el derecho”, añadió.
Si bien la palabra mito se ha transformado esencialmente en lo que es poco creíble, falso, mentira, la naturaleza profunda de esta palabra es que nunca deja de tener una verdad. Y los relatos míticos tienen como fundamento ese elemento de destino de los grandes héroes y que es aplicable a los simples mortales.
Las decisiones de Farías
Farías rompió un axioma del fútbol al extremo: “equipo que gana no se toca”. No solamente tocó a un equipo que ganó sino al que quedó campeón. Sí, él era la mano que cambió el rumbo de un equipo, pero para el año siguiente quedaron muy pocos.
Algunos se fueron porque vieron mejores posibilidades para el futuro, como el defensor haitiano Ricardo Adé. Otros, en cambio fueron desafectados, como Víctor ‘el negro’ Figueroa, algo que no perdonaron la mayoría de los hinchas, que querían ver al capitán de los últimos años jugar la Copa Libertadores.
Luego de la derrota con Racing de Avellaneda, por la Copa Libertadores, Farías calificó de “miseria humana” a los hinchas que silbaron e insultaron al juvenil Marcos Mejía.
Una religión que permite el cuestionamiento
No se habla bien de una hinchada que insulte a uno de sus jugadores, pero no hay jugador en el mundo que no sea sujeto de sospecha, de cuestionamientos, llámese Diego Armando Maradona, Pelé, Garrincha o Mbappé. Esa es la particularidad de los dioses del deporte: estos no son del todo incuestionables.
Para todos hay ocasos. La victoria y la derrota jamás son eternas. Farías se va como ese héroe auquista, propio de una tragedia griega: conoció la gloria, no pudo cumplir con el elemento de la referencia social y termina con un final desagradable. Y el espectador está movido por la compasión o el espanto.
¿Cuáles fueron sus motivaciones? Es difícil decirlo. Hace algún tiempo ya insinuaba diciendo “no me voy, pero si me tengo que ir…” En todo caso, como dice Violet Grantham, la matriarca de Downton Abbey: “no me gustan las tragedias griegas, cuando todo lo importante ocurre fuera de escena”.
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