Andrés Roca Rey, y Juan José Padilla comparten honor.
El torero de Jerez logró una puesta en escena espectacular en la plaza que le lanzó a la fama: Pamplona le dijo adiós. Foto: AFP
La mesa estaba servida. Pamplona esperaba a Padilla para decirle adiós y terminó pidiéndole que no se vaya.
El ciclón de Jerez logró rozar la gloria torera en su estilo propio, valiente y convincente y al cortar tres orejas atravesó por última vez en su carrera la puerta grande con el juvenil y fresco vendaval del toreo: Andrés Roca Rey. Tres orejas cada uno, y un Cayetano que ha logrado una reposición en escena con finura y buen toreo que logró su oreja.
Los toros fueron de Jandilla. El portal Mundotoro dice que de notable juego. Una corrida con fuerza, raza y transmisión, pero también dotada con cornamenta holgada, corpulencia adecuada para las exigencias de la plaza y las virtudes de la procedencia del encaste de Juan Pedro Domecq. Infaltable en los encierros matutinos en que los mozos los corren por las calles de Pamplona, infaltable en triunfos toreros con sonoridad como el de la tarde de ayer.
La Feria de San Fermín de este año vino presidida por la displicente actitud y decires de un alcalde que declaró que concebía una fiesta sin corridas de toros por la tarde, peo jamás sin encierros. Tuvo que recular y, como parte del ritual, presidir una de las corridas, como todos sus compañeros concejales, ataviado de galera y frac. Y ahí quedó su despropósito.
Es que los ganaderos de lidia de toda España dijeron que jamás darían toros solamente para los encierros si no había corridas por la tarde. Y entonces la seña de identidad de Pamplona, encierros, de toros de lidia, vaquillas populares y corridas con figuras del toreo siguen vigentes.
Pamplona y San Fermín son imposibles sin corridas de toros aun en estos tiempos en que soplan aires prohibicionistas, que cosechan solo derrotas por toda España a la hora de votar las propuestas contra las libertades en distintos ayuntamientos y parlamentos provinciales. Ya se sabe que la excepción es Cataluña, con millones que no quieren ser España.
Las corridas de toros han traído de todo. La ratificación del momento dulce de Paco Ureña que conquista la miel de una oreja con el alto precio de la sangre (cornada en la primera corrida).
La agria y anti-todo corrida de José Escolar, toros duros, ilidiables, se diría, para gladiadores a los que su acopio de poder no alcanza para la lucha y que dejó herido a Javier Castaño en el vientre.
Una corrida de Cebada Gago que es, cada vez más, una tenue sombra de lo que fue y que dejó ver la solidez de un maduro Luis Bolívar y la oreja de Juan del Álamo lanzando de rodillas a contra estilo para conquistar con los votos del sol siempre bullanguero la oreja ansiada.
Y una oreja justita de Castella con una gran estocada, que proclama que debieran haber muchas Pamplonas; y un Miguel Ángel Perera con pasajes hondos, de manos bajas, que se dejó con los aceros los honores merecidos. Y un López Simón, de nuevo en tono tenue con otra oreja festiva.
Ferrera siempre grande al natural y, naturalmente, dejándose orejas con la espada.
Un Roca Rey rotundo en su primera tarde de Núñez del Cuvillo, con tres orejas, igual premio que ayer, liderando con autoridad de una figura curtida el escalafón con su valiente tauromaquia.
Y siempre El Juli, y un Pepín Liria herido y con oreja, tan de Pamplona como antes, en este año de fugaz reaparición.
Y ayer, un Padilla épico, con pañuelo pirata para tapar la larga sutura que le dejó al aire el cuero cabelludo. Y Pamplona, siempre festiva y ruidosa aclamándole como su ídolo.