¡Prohibido quedarse con las ganas!

El famoso río Charles, en Boston. La foto fue tomado durante un atardecer. Foto: Paola Gavilanes/ EL COMERCIO
Hay situaciones que vamos a vivirlas una sola vez en la vida; situaciones que jamás, aunque nos lo propongamos, volverán a ocurrir, así Saturno, Urano, Neptuno y el resto de planetas se alineen.
Podremos visitar un mismo lugar, pero jamás coincidiremos con las mismas personas. Nunca en la vida nuestra retina capturará dos fotografías idénticas, así nos plantemos en el exterior de un mismo lugar día y noche.
Y jamás en la vida nuestro corazón latirá con la misma intensidad al ver esa postal por primera vez o nuestro paladar sentirá esa misma explosión de sabores al entrar en contacto con algún manjar. ¡Qué penita!
Es más difícil que ocurra todo aquello cuando los protagonistas -hombres-mujeres-paisajes y más- de nuestras historias están en un mundo paralelo, como a 100 000 kilómetros de distancia. No, no estoy exagerando. Imaginen que esa 'situación' ocurrió en la China y que ustedes viven en Ecuador. Sumen, resten y multipliquen; verán que tengo la razón. Son muchísimos kilómetros.
Por eso está totalmente prohibido quedarse con las ganas: de abrazar, de besar, de comer. No serán como yo que no sé por qué dejé de probar el manjar más delicioso en mi último viaje; pensé que sufriría un coma diabético -esto sí es una exageración-.
En realidad, lo probé, pero no me lo terminé, y ahora estoy muriendo de ganas. Daría lo que fuera por subirme a una máquina del tiempo y regresar, y ... Sí. Regresar y devorarlo.
¿Qué tenía de especial? Todo. Para empezar, era invierno, y los dulces en invierno son mucho más deliciosos que en cualquier otra época del año; reconfortan el corazoncito. Además, esa golosina era producto de una receta única: una mezcla de cebada y merlot.
El postre estaba hecho a base de uvas. Ya saben que yo soy fan del vino, por eso, aquello de merlot.
Cuando lo compré había mucha gente. Había música. Las personas sonreían y yo también. La composición era perfecta. Me concentré en todos esos detalles y de repente la golosina se esfumó. Supongo que el mesero- universo- se lo llevo por un descuido mío. Y seguro influyó eso de "me dará un coma diabético".
Cuando quise continuar ya estaba de regreso a casa y aquí estoy desahogándome con ustedes. Dicen que las personas escriben para descargar todo aquello con lo que no quieren lidiar o para releerlo y volverlo a vivir. Yo lo hago para que no se me olvide ni un solo detalle de esa anécdota en Boston, o sea para revivirla cuando yo quiera.
El tema es trascendente para mí porque soñaba con conocer esa ciudad, disfrutarla y saborearla a detalle. Pero bueno...Lo que sí no me permití fue dejar de ver el río Charles, el lugar por donde Haruki Marukami, mi mentor, la persona que me motivó a correr mi primera maratón, se preparaba para sus pruebas de larga distancia.
Es increíblemente hermoso, así como lo describe en su libro 'De qué hablo cuando hablo de correr'.
¿También quisieran su máquina del tiempo? Los leo en pgavilanes@elcomercio.com