Johnny, el personaje que interpreta Joaquin Phoenix, trabaja entrevistando a niños y adolescentes de todo Estados Unidos para un programa radial; en aquellos encuentros consigue crear fácilmente un clima de confianza, toma en serio sus preocupaciones, como el miedo a la soledad, sus intuiciones sobre el sentido de estar vivos, qué cambiarían de sus padres, la incomprensión de la violencia, etc. No son entrevistas actuadas, lo cual identifica a toda película con el interés profesional de su personaje. Mucho más si Johnny tiene que quedarse unos días a cargo de su sobrino de nueve años ya que Viv, la madre del pequeño, viaja de urgencia para sostener al marido que batalla con la salud mental. Entonces, el acercamiento entre los dos mundos –el de los adultos y el de los niños– deja de circunscribirse solo a las entrevistas, por más honestas que sean, para pasar a la convivencia directa. Y, como lo ha dicho el mismo director Mike Mills, es lógico que la relación tío-sobrino siga el esquema de cualquier historia de amor: con un inicio superficial, en el que todo es diversión, para poco a poco pasar a los roces y reconciliaciones, alejamientos y reencuentros. En blanco-negro, con mucho diálogo, la historia dedica especial atención a nuestra dificultad para expresar la interioridad, o para encontrar el lenguaje adecuado para el perdón. Es interesante que tanto Phoenix como Mills estén experimentando sus primeros años de paternidad: está claro que quieren tomarse en serio la voz de sus interlocutores.
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Joaquin Phoenix en la película C’mo C’mon. Foto: Filmaffinity.com