A fines de marzo, cuando el covid-19 se expandía por el mundo, pero aún no llegaba a los actuales niveles, ya se efectuaban cálculos sobre el impacto de la pandemia en la economía global.
Por esos días, la Cepal lanzó una advertencia: “Esto se va a parecer mucho a una economía de guerra”. El organismo resumía así una serie de pronósticos que incluían pérdida de millones empleos, caída del comercio internacional, menor productividad, reducción de la clase media y aumento de la pobreza, entre otros.
Esta semana, en un conversatorio del BID se habló que América Latina entrará en la mayor recesión económica desde que se tienen cuentas nacionales de los países de la región. “Se puede hablar de otra década perdida”, fue una de las conclusiones.
Son diagnósticos realmente preocupantes. En esta coyuntura los gastos de los hogares se verán afectados y una posible solución está en priorizar en qué gasta las familias.
Se trata de los gastos esenciales con los que una familia promedio puede enfrentar el futuro. Son cuatro: salud, educación, alimento y vivienda.
El primero, el de la salud, es quizá el más importante y allí la premisa de toda familia es evitar enfermarse. No es fácil, claro está, pero es necesario tener todas las precauciones. Alimentación sana, actividad física y mente positiva son los ingredientes claves.
La educación se puede garantizar, al menos en la primaria y la secundaria, con acuerdos entre las familias y los centros educativos, en caso de que no se puedan cubrir las pensiones. Si eso falla la opción es pasar a los hijos una institución pública o municipal.
En la alimentación, la crisis obligará a los hogares a comprar comida de manera inteligente y planificada. Se priorizará la cocina en casa y las salidas a comer se reducirán notablemente. Y en vivienda se requerirán acuerdos entre arrendatarios e inquilinos. También se impondrá la necesidad de renegociar los créditos hipotecarios y extender plazos y/o reducir montos de las cuotas.