A días de consumarse la que sería la mayor afrenta a la libertad en la historia republicana, con la expedición de una ley diseñada para acallar a los que piensan diferente y consolidar un modelo totalitario, empieza a aparecer un cúmulo de arrepentidos que, a pesar de las advertencias, tuvieron un papel importante en el ascenso de los que ahora amenazan con maniatar el pensamiento libre en el país. Ahora descubren que el lobo iba disfrazado de oveja y que aquellas proclamas “naif” tenían por objeto derrumbar el estado burgués.
Efectivamente, ese estado fue el que terminó arrasado por el bolchevismo, con millones de perseguidos y presos en Siberia, con una revolución cultural en China que ejecutó a miles de intelectuales, con la pauperización de poblaciones en Vietnam, Cuba, o con la amenaza de muerte por hambre de cientos de miles en Corea del Norte. Luego del tiempo de proclamas y pasos militares muchos de esos gobiernos se desmoronaron, el engaño había llegado a su fin, la situación insostenible de sus economías y el malestar existente en sus poblaciones se encargaron de tirar por los suelos experimentos que llenan las páginas de los eventos más execrables.
Pero en suelo americano, tierra fértil para las extravagancias, floreció otro mesianismo. Con diferentes palabras el proyecto era exactamente el mismo de ayer. Controlar el poder en todos los ámbitos y sus formas y perennizarse en él. A sus detractores se les tildó de no apreciar el momento histórico que se estaba viviendo y, por acción u omisión, fueron cómplices del desmantelamiento institucional hasta llegar al presente, donde se quiere acallar el último espacio para las voces disidentes: el de la prensa libre.
Cuando constatan que el proyecto no funciona, que el país está inundado de personas ávidas de encontrar empleo, que es una quimera confiar exclusivamente en la capacidad de inversión del Estado para emprender infraestructura pública , que este proyecto se sostiene por la abundancia de dólares, pero que empieza a disminuir cuando comienzan a brotar señales de que no todos andaban convencidos con las manos limpias, es importante acallar o amedrentar a los que, a través de los medios, expresan su inconformidad con lo que sucede.
El pueblo ecuatoriano ha tenido una tradición libertaria. No admite censuras ni cortapisas a la libertad de opinión. También se ha visto que sí existen personas independientes, que no trastocan principios ni ideales por complacer a los gobernantes de turno o por acomodarse en cargos públicos. Si ahora ponen mordazas, será el momento de elevar más alto las protestas y denunciar los atropellos hasta recobrar la libertad.