La joven levanta la mano izquierda para mostrar un cuchillo. Lo sostiene con dos dedos y dice: “Tienen cuchillos de este porte”. Se refiere a las armas que supuestamente usan desconocidos que operan en la parada de buses, en la entrada a Carapungo (norte de Quito).
El puesto para tomar autobuses está en la Panamericana Norte y el principio de la av. Luis Vaccari. Esa esquina tiene un terreno que se usa como cancha de fútbol y junto a ella hay picanterías.
Allí están cinco policías con la Unidad Móvil de Atención Ciudadana (UMAC), una especie de bus que tiene un sistema Ojos de Águila sobre su techo. Los uniformados están allí dos meses.
Mientras pita para que circulen los vehículos, un gendarme, con chaleco verde y gorra, explica cómo funciona esa vigilancia: “Nos quedamos desde las 09:00 hasta las 21:00”. Pero el pasado martes, este Diario llegó al lugar a las 09:30 y no estaban allí.
El gendarme dice que ellos no hacen operativos, sino “una presencia policial”. La queja que han tenido -cuenta- son robos a transeúntes. Estadísticas, proporcionadas por la Unidad de Vigilancia Comunitaria Carapungo, revelan que este es uno de los puntos críticos del sector. En total, los uniformados que operan en Carapungo han detectado cuatro lugares en donde los asaltos se han agudizado (ver infografía).
Las cifras policiales indican que de enero a julio del año pasado, en ese barrio se registraron 26 robos a personas. Mientras que en igual período de este año los casos subieron a 45. Por los robos, los vecinos incluso colocaron letreros en las vías. En uno de ellos dice: “Alerta, ladrones, los vecinos estamos organizados”.
Una mujer que vive por allí dice que los sospechosos abrazan a las víctimas “como si fueran amigos” y les roban. Los estudiantes son los más afectados. También se ha registrado la presencia de arranchadores. Ellos aprovechan las aglomeraciones para tomar un bus. “Cargan una chompa o una funda en el brazo y allí meten las carteras”, sostiene la mujer.
“Me robaron en el bus. Lo único que me acuerdo es que me ofrecieron caramelos y me pidieron la hora” dice una vecina del sector de Zabala, a 15 minutos de Carapungo. En esa ocasión, ella fue víctima de la escopolamina y lo único que recuerda es que deambulaba por la estación del Metrobús, en la av. de La Prensa. Su celular y su dinero desaparecieron.
Esto sucedió hace dos meses y ocurrió a las 18:00. Cuando despertó eran las 20:00, explica la mujer que viste jean y blusa roja.
Otro de los puntos críticos es la antigua parada de buses de Carapungo. Esta se ubica en la calle J, frente al estadio del sector.
El lugar tiene una pequeña edificación donde hay locales de telefonía celular, baños públicos, entre otros. “En las noches se pone seria la situación”, dice uno de los taxistas ejecutivos que se ubican a partir de las 20:00. Mientras prende su auto blanco para llevar a un cliente, el conductor señala con sus labios el sitio donde se ubican los sospechosos.
Se trata de uno de los costados de la construcción. Allí se paran entre cinco y 10 individuos. Otro vecino cuenta que desde las 22:00 allí se comercializa droga en pequeñas cantidades. Pero también asegura que el expendio se da en “algunas casas”.
Este es otro de los problemas que tiene Carapungo, explica José Méndez, vicepresidente del Comité Central de Carapungo.