Palma Real es uno de los poblados que está en el límite fronterizo con Colombia. Allí la gente afirma que narcos tienen personal infiltrado. Foto: EL COMERCIO
Palma Real estaba de fiesta. Era octubre del 2017 y este poblado fronterizo de San Lorenzo vivía sus fiestas patronales. Había música y entre la gente aparecieron 25 personas que custodiaban a un hombre. Tomaron cerveza, bailaron y comieron cebiches de concha.
Todos vestían como campesinos, pero los pobladores sabían que el cabecilla era un capo, que maneja redes de narcotráfico. Por lo general lo ven en las fiestas anuales. La gente dice que no es de ahí, sino que arriban en lanchas desde Candelilla de la Mar, el poblado colombiano, cercano a Ecuador.
Desde ese lugar hasta Palma Real, las embarcaciones se demoran 15 minutos. Solo deben cruzar un brazo de mar que separa a las dos naciones.
Alias ‘Guacho’, principal sospechoso del carro bomba colocado en el cuartel policial de San Lorenzo, también ha llegado a esas fiestas. Lo ha hecho escoltado por sus hombres más cercanos. Con Washington Prado, a quien la Policía colombiana lo conoce como el ‘Pablo Escobar ecuatoriano’, ocurría lo mismo, antes de que sea encarcelado y extraditado a los Estados Unidos.
EL COMERCIO ingresó a Palma Real el 26 de febrero. El calor era intenso; sobrepasaba los 35 grados. La gente se escondía del sol bajo la visera del muelle que mide unos 25 metros. Allá llegan las lanchas que provienen desde San Lorenzo. El viaje dura unos 50 minutos.
La mayoría de casas son de madera y están levantadas a la orilla del brazo de mar. El centro del poblado está al fondo. Allí se levanta la junta parroquial, una iglesia, la cancha de fútbol, un centro médico y la UPC, que opera con 10 uniformados. Hasta antes del ataque terrorista de San Lorenzo, Palma Real era custodiada por cinco agentes. Pero tras la emergencia se destinaron cinco comandos élites del GIR, para reforzar las seguridades.
Ahora, ellos también investigan los movimientos de las organizaciones del narcotráfico, pues se conoce que usan tramos de las playas y los manglares de la zona para ocultar los cargamentos que envían a Centroamérica y EE.UU.
Inteligencia policial confirma ese dato y revela que los poblados fronterizos como Palma Real son claves para las redes delictivas. “Allí tienen gente que hace contrainteligencia y les da información sobre los movimientos policiales”.
“Les pagan un millón de pesos (USD 350) para que les avisen quiénes llegan o si alguien les denuncia. Incluso ellos ya deben saber que usted estuvo aquí”, dice un hombre que pide que ni su rostro ni nombre se publiquen. Otro poblador cuenta que también les pagan para que ayuden a ocultar los cargamentos de droga. “Hacen huecos profundos en las playas y luego cubren con ramas”.
Pero Palma Real no es el único poblado que conoce de los movimientos de estas mafias. En esa zona hay al menos siete localidades que miran a diario cómo las cargas ilegales de droga salen por el Pacífico.
El Cauchal es uno de esos puntos. Para llegar a ese sitio, en donde viven 400 personas, se debe tomar otra lancha y cruzar una fuerte corriente de agua que se forma en la unión del brazo de mar con el océano. En ese trayecto se observan kilómetros de playas desiertas.
En el 2017, en esos lugares hallaron media tonelada de droga escondida. “Esas playas son muertas, nadie camina por ahí”, dice uno de los lancheros que recorre esa zona.
En agosto, la Armada descubrió en El Cauchal un semisumergible escondido en el manglar. “Creo que estaba listo para llevar un cargamento”, cuenta otro de los pobladores.
El día que este Diario ingresó a esa zona, la Armada dijo haber encontrado en el sector 1 000 plantas de coca. El cultivo ilegal estaba escondido en una zona de abundante vegetación y de difícil acceso.
Los agentes saben que las mafias intentan cultivar allí, porque el pueblo se encuentra frente a Tumaco, el municipio colombiano con más cultivos de coca. La Policía colombiana calcula que en ese sector hay cerca de 24 000 hectáreas de sembríos ilegales.
Los pobladores temen la presencia de estas mafias y piden más seguridad. En ese pequeño poblado no hay policías ni militares. “Nosotros mismos nos cuidamos. Si alguien viene a atacarnos, nos toca defendernos con nuestros medios”, dice un hombre mientras juega damas a la orilla del mar.
La mayoría se dedica a la pesca. Otros cultivan chocolate, guanábana o crían ganado.
Durante las tardes, el pueblo se reúne en la playa. Los niños juegan fútbol en una cancha de tierra y sus padres tejen redes para la pesca a la orilla del mar.
En las noches prefieren no salir, pues saben que las lanchas de los narcos comienzan a salir con las cargas. En la madrugada escuchan frecuentemente el motor de estas embarcaciones clandestinas.
Rodrigo nació en El Cauchal, pero también ha vivido en Limones y Pampanal. Allí ha visto cómo los narcos captan a los pescadores, pues les ofrecen dinero a cambio de llevar los narcóticos a EE.UU.
Pero además les contratan para que los abastezcan de combustible y para que guarden en sus fincas caletas de dinero y droga.
Los sospechosos llegan donde los pobladores y les ofrecen dinero para que guarden en sus casas o en bodegas los paquetes de alcaloides.
En junio pasado, la Policía de San Lorenzo decomisó 47 kilos de cocaína. Los agentes dijeron que el alcaloide estaba oculto en una pequeña casa de madera dentro de una finca.
Los propietarios del terreno fueron procesados penalmente por el acopio ilícito. Los investigadores trataron de establecer nexos con los carteles.