Imagen referencial. El cuerpo de Carolina fue hallado el domingo 26 de agosto del 2018, en el sector Comité del Pueblo, en el norte de Quito. Foto: Pixabay.
“Mami, tranquila. Confía en mí. No me va a pasar nada”, le dijo Carolina, adolescente, a su madre Amanda (nombre protegido) cuando se despidió de ella el sábado 25 de agosto del 2018. Eran las 19:00 y le pidió permiso para ir a comer salchipapas con sus amigos. Carolina no regresó a su hogar.
La noche del domingo 26 de agosto, agentes de la Dirección Nacional de Delitos contra la Vida, Muertes Violentas, Desapariciones, Extorsión y Secuestro (Dinased) le informaron que ese día su cuerpo fue hallado, abandonado, en las calles Francisco de la Torre y Pasaje N61A, en el sector del Comité del Pueblo, en el norte de Quito.
La autopsia realizada el 26 de agosto al cuerpo precisa que Carolina tuvo una muerte violenta, desde el punto de vista médico legal. En el documento se detalla la presencia de golpes en el abdomen, cara y extremidades; y de hematomas y lesiones en sus partes íntimas (vagina y ano). Falleció a las 10:00, a causa de un edema agudo de pulmón y pancreatitis aguda hemorrágica.
Pese a ello, el 17 de diciembre del 2018 la Dinased señaló que en vista de que la probable causa de muerte es “natural” la Dinased no es la Unidad Policial que debe encargarse de la investigación. En el mismo informe que da cuenta de lo ocurrido con Carolina, esa Dirección señala que una tarea pendiente es oficiar el caso a la Fiscalía de Violencia de Género para que se investigue el presunto delito de violación, documentado en la autopsia.
Sin embargo, hay elementos que la familia de Carolina pide que se investiguen; como la posible existencia de una red de trata para reclutar niños y adolescentes con fines de explotación sexual, asociada con microtráfico de drogas para convertir a los menores en adictos.
A partir de la denuncia presentada por la madre, la Fiscalía abrió una investigación por delito de violación con muerte, que corresponde al inciso final del artículo 171 del Código Penal, cuya pena contempla de 22 a 26 años de cárcel.
Seis personas son indagadas, Christian G., Jonathan P., Victor Ch. y tres adolescentes, pero no hay órdenes de detención en su contra. En la audiencia de formulación de cargos, que se desarrolló el 20 de febrero del 2019, la fiscal del caso solicitó prisión preventiva para los acusados, pero el juez no dio paso a este pedido.
Amanda ha recibido amenazas. La mujer fue ingresada al Sistema Nacional de Protección y Asistencia a Víctimas, Testigos y Otros Participantes en el Proceso Penal.
El día que dialogó con nuestro Diario, tres vehículos (dos de ellos sin placas) hostigaron a integrantes del equipo de prensa, incluso con preguntas. Luego de la entrevista, un automotor siguió a nuestros periodistas por el norte de Quito.
Este es el testimonio de Amanda:
“Carolina nació en agosto del 2003. Desde que las tuve en el vientre, mis hijas se convirtieron en esa razón para luchar. Así fue siempre, con las dos, caminando juntas a cualquier lugar. Primero en el jardín, después en la escuela, luego en las nuevas etapas.
Llevábamos una vida humilde pero feliz. Carolina ingresó al colegio, todo se desarrollaba con normalidad. Fue así hasta el 2017, cuando entró a noveno curso. Un viernes olvidé mi celular en casa, cuando regresé, vi que tenía llamadas perdidas de un número desconocido. Me llamaron de su colegio: Carolina no había asistido ocho días seguidos.
Llamé a mi esposo. Me contestó que él siempre la dejaba en el colegio. Ese fin de semana no regresó. Su tutora le había dicho que iba a repetir el año. Hablé con el rector y los profesores para que nos ayudaran y, después de rendir varios exámenes, pasó el año.
Las vacaciones pasaron con normalidad pero Carolina no quería regresar a su colegio; me rogó que la cambie. Hice todo lo que estaba a mi alcance y así fue. En el nuevo colegio ella estaba tranquila, casi no salía. Durante un mes parecía que todo iba bien. Pero después, comenzó a irse de nuevo.
Puse una denuncia en la Dinased y la encontramos. Pasaron cuatro días y volvió a irse. Yo pensaba: ‘qué estoy haciendo mal’. Me echaba la culpa. Algo le estaba pasando a mi niña, alguien la estaba cambiando.
En noviembre del 2017, Carolina desapareció. La Dinased ya no quería recibir mis denuncias porque decían que era por su voluntad. Pero ella apenas tenía 14 años. Me enviaron a la Dinapen, me decían que tampoco podían hacer algo porque era reincidente. Estaba desesperada, toqué cada puerta de la Casa de la Justicia en Carcelén. No tuve respuesta.
Una abogada que conocí ahí comenzó a ayudarme. Mientras mi hija estaba desaparecida, descubrimos que dejó su Facebook abierto en la computadora de casa. En su perfil había una serie de mensajes. El que más me asustó era uno de un hombre mayor de edad, que se llama Christian, al que le decían ‘Careniña’.
En los mensajes, él y otro chico menor de edad la incitaban a robar. Imprimí el chat y se lo mostré a la doctora. Cuando hablé con sus amigas, me dijeron que Carolina estaba drogándose.
Fui a la Defensoría Pública para que alguien me guíe, quería internarla. Me dijeron que no podían ayudarme, que debía tener un abogado particular para hacerlo. Un agente de la Dinapen fue asignado al caso y comenzamos a buscarla. Fuimos a una casa en el norte de Quito, en la que presumiblemente estaba mi hija. Una mujer salió y dijo que los chicos ya no vivían allí.
Eran las 18:30 cuando abandonamos el lugar y me despedí del agente. A las 19:30, mi esposo me llamó para avisarme que Carolina estaba en la Dinased, con dos chicos mayores de edad. Yo estaba fúrica. La encontramos el 13 de diciembre, luego de tres semanas.
El 15 de diciembre del 2017, mi hija ingresó a la Casa de Acogida Pumamaqui, para rehabilitación de adolescentes. Estuvo ahí durante cuatro meses; después de varios exámenes establecieron que no era adicta, sino ‘rebelde’ y comenzaron a darle terapia ambulatoria. Cuando regresó a casa, tenía miedo de salir. Pensé que tenía vergüenza de mí. Cuando salíamos, ella iba por el otro lado, como una extraña.
El 30 de julio volvió a ser internada. El 2 de agosto escapó del centro con otras dos adolescentes. La encontré 15 días después. Para ese entonces, averigüé quién era ‘Careniña’.
Amigos de Carolina me ayudaron a investigar. Supe que él tenía novias solo de 13 a 14 años, pero que además había un adulto mayor que lo ayudaba, que lo que hacen es captar a menores de edad y se las vende a él. No solo niñas, también niños. Él las lleva a otra casa en el norte de Quito para que tengan sexo oral.
Yo estaba angustiada porque sabía que corría peligro. Yo recuerdo lo que ella me decía: ‘Pase lo que pase, no me voy a ir. Voy a estudiar como he tenido pensado. Voy a convertirme en jueza para hacer pagar todo’. Le pregunté que a qué le temía. No respondió.
En agosto, las cosas iban bien. Sí, salía; pero siempre regresaba. El 12 de agosto, cumplió 15 años. Me pidió permiso para salir.
El 25 de agosto salí con mis hijas para comprar mochilas y ropa para el inicio de clases. Eran las 14:00, estábamos camino al sur y nos bajamos en la parada de La Y, en el norte. Mientras estuvimos ahí, jugando, ella me dijo: “Mami, por ahí se va a la casa del ‘Abuelo’. Es que el día de mi cumpleaños me llevaron a su casa. Él los apadrina”. Pensé que mi hija se refería a un padrino de bautizo, pero su nombre se me quedó en la mente.
Cuando regresamos a casa, Carolina me pidió permiso para ir a comer salchipapas con sus amigos. Eran casi las 19:00 y le dije que no, que era tarde. Discutimos y accedí. A las 20:30 debía estar en casa. Ella me dijo ‘mami, confía en mí. No me va a pasar nada. Yo sé defenderme’.
No regresó. De tanto esperar, me quedé dormida. Cuando desperté, fui a su cuarto, su cama estaba tendida. Desperté a mi hija mayor y ella me dijo que me tranquilice, que Carolina se veía muy segura. Este día, mi pequeña estaba decidida, como si hubiese tenido que hacer algo.
Regresé a eso de las 14:00 y ella no estaba. Mi hija vio su conexión en Facebook y la última fue a las 23:00. Ahí sentí que le pasó algo, era un presentimiento.
Fui a buscarla al Comité del Pueblo y en un pasaje vi varios policías y patrulleros. No me acerqué, tenía miedo, ganas de llorar. A las 18:30, me llamaron. Me preguntaron si era mamá de ‘Domi’, respondí que mi hija era Carolina. Me pidieron que vaya a la Dinapen. Cogí mi cédula, la de mi hija y me fui. Cuando llegué, estaban muchos policías.
Me hicieron ver un video en el que cuatro chicos -dos hombres, dos mujeres- arrojaban un cuerpo en un terreno, en el Comité del Pueblo. Reconocí a Christian, a los otros no. Después, me preguntaron si mi hija estaba desaparecida. Les dije que el día anterior salió vestida con un saco blanco, mochila negra, un jean azul, zapatillas blancas.
Uno de ellos me indicó una foto y me preguntó si la reconocía. Era mi niña, mi Carolina. Estaba muerta. Me la mataron. Vi que el pantalón que tenía puesto no era de ella. Grité desesperada y no entendía cómo si les había dado el nombre y la cédula, la ingresaron como N.N.
Un joven estaba ahí. Él decía ‘Careniña la mató, Careniña la mató’. Me imagino que estaba colaborando con los agentes.
La autopsia de mi niña determinó que murió a causa de un edema agudo de pulmón, pancreatitis aguda hemorrágica. La forma fue violenta. Mi hija fue golpeada y agredida sexualmente y el informe médico-legal lo confirma. Y yo la vi, tenía su carita golpeada, sus manos lastimadas, como si hubiese querido defenderse. La enterré el 29 de agosto.
Decidí que debía saber lo que le hicieron a Carolina, quiénes fueron y por qué. Fui a Fiscalía para preguntar si el informe médico había llegado y lo hicieron después de 15 días. Después me enviaron a dejarlo en el área de ‘actos administrativos’, porque -según ellos- la muerte de mi hija fue natural. ¿Cómo pueden hacer eso? ¡A mi hija la mataron, la asesinaron!
Le pedí a la fiscal que está encargada de mi caso que me ayude y ella solicitó que se hicieran los exámenes de ADN.
Les pedí también a los agentes de la Dinased que por favor me ayuden a investigar. Di mi versión, nombres, fotografías, direcciones de las casas en las que frecuentaban los agresores de mi hija. La Dinased se demoró cuatro meses en emitir un informe en el que dijeron que, por las causas determinadas en la autopsia, era una muerte natural, sin tomar en cuenta el contexto violento.
¿A mi hija debían encontrarla hecha pedazos para que así se investigue? En este informe no mencionaron los videos que existen, los golpes, la agresión sexual, nada.
El 20 de enero los sospechosos que iban a rendir versión –tres hombres mayores de edad y tres adolescentes– no pudieron hacerlo porque los defensores públicos no asistieron.
El 20 de febrero fue la primera audiencia del caso de mi niña. Ahí estuvo una de las chicas que aparece en el video, en el que botan el cuerpo de mi hija. Ella estaba llorando. La defensora pública le dijo que no diga nada sobre ese día, pero su madre le dijo ‘si tú no le hiciste nada, di la verdad, no ocultes nada’. En su versión, la chica dijo que el 26 de agosto, Christian la llamó. Ella tomó un taxi e ingresó a la casa. Carolina estaba tendida en el piso con sangre en su boca y orejas. La dueña de casa les dijo que se lleven el cadáver porque no quería tener problemas. Lo confirmó.
Para mí fue un golpe terrible. No sé por qué le hicieron eso a mi hija. Continúo luchando pero también tengo miedo, he recibido amenazas para no seguir en busca de la verdad. Me indigna cómo los defensores públicos que trabajan en la investigación tratan de proteger a los agresores de mi hija, a quienes la mataron.
Yo me merezco respuestas y mi niña también. La amamos, la extrañamos con el alma”.