¡Seamos bien francos!: la presidenta de Chile, Michelle Bachelet no parece un modelo de ‘carisma’, es decir de esas cualidades atractivas y espontáneas que, según algunos, son ineludibles para alcanzar el éxito en la política.
Pequeñita más bien, un poquito regordeta y sin gran facilidad de palabra, la Mandataria está reclamando sin embargo dos inmediatas aclaraciones.
Una es que se halla ya en la recta final de su mandato: tan es así que faltan menos de 100 días para las elecciones que determinarán quién habrá de reemplazarla.
Ella misma no puede candidatizarse a la reelección, según las normas constitucionales que allí se obedecen y que contradicen el mal ejemplo de presidentes que procuran eternizarse en el mando.
Así tenemos a los mandatarios latinoamericanos Hugo Chávez, de Venezuela; Evo Morales, de Bolivia; nuestro Rafael Correa; sorprendentemente también Álvaro Uribe, de Colombia, el mismo Manuel Zelaya de la torturada Honduras parecen estimarse como ‘providenciales’ y aproximarse a los monarcas del Antiguo Régimen.
La otra aclaración es un poco más sutil: Bachelet es afiliada al Partido Socialista, pero el Gobierno chileno no es socialista, porque desde hace años es de Concentración Nacional y responde en su labor y objetivos a los representantes de varios partidos del bloque. De esta suerte alcanza todo su sentido la encuesta que acaba de realizar una entidad seria y confiable.
Preguntó si aprobaban el desempeño presidencial de Bachelet y el abrumador 76% de los chilenos contestó que les había parecido muy bueno o siquiera aceptablemente bueno; un “récord histórico que nunca antes se había logrado”.
Aunque por cierto no han faltado problemas: rebeldía estudiantil; duros latigazos de la crisis global; denuncias de corrupción, pero en todo caso lo que ha hecho Bachelet estos años bien puede estimarse como el ‘Manual del Buen Gobierno’ donde se incluyen como ingredientes el celoso respeto a las leyes; la terca búsqueda de la concertación y no el enfrentamiento; un mecanismo económico realista y de sentido común y un estilo de ponderación y equilibrio.
Como para pensar también sobre las maravillas que hubieren podido ejecutar en beneficio tangible de sus pueblos, aquellos que sí tienen ‘carisma’ – la palabra tan querida para el celebérrimo sociólogo Max Weber–, que además han recibido exorbitantes ingresos económicos gracias al petróleo, el gas y otras materias primas, pero, con trágica frecuencia, esos mismos mandatarios han caído en la tentación de despilfarrar esos ingresos, ya que sus pueblos no muestran el “estado de encantamiento”, como les ha ocurrido a los mismos sorprendidos chilenos, en el caso de la doctora Michelle Bachelet.