En la población de San Francisco de Cruz Loma, en la parroquia de Lloa, un columpio gigante es uno de los atractivos. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
Entre plantaciones de caña, bromelias y orquídeas, la caminata se prolongará por 40 minutos hasta descender a un tambo de yumbos que tiene petroglifos, signos grabados en piedra. Ahí, en la parroquia de Pacto, a una hora de Quito, se hará una purificación en la poza del río Chirapi.
Así está diseñada la ruta ‘Tras las huellas de los yumbos’ que la comunidad de Pacto Loma activará esta semana.
Luego vendrá una visita al trapiche, se armarán las carpas para la acampada y, entrada la noche, los lugareños contarán a los visitantes las leyendas del Sacha Runa, el guardián del bosque nublado.
Luego del fin del estado de excepción, el interés por visitar los espacios rurales del Distrito Metropolitano de Quito creció y algunas comunidades de las 33 parroquias rurales se decantaron “por dar una cadena de valor a sus atractivos naturales, culturales, arqueológicos y gastronómicos”, sostiene Sebastián Almeida, consultor turístico en la ruralidad.
Según un registro del Gobierno de Pichincha, hay 37 asociaciones de turismo comunitario formales que se han gestado desde el 2007. Roberto Carpio, director de Gestión de Turismo de la provincia, agrega que esos emprendimientos partieron de asociaciones agrícolas, pecuarias y productivas, y que en el camino se vincularon con el turismo.
A esas iniciativas y a las que se están creando, la Prefectura acompaña con proyectos de fomento y de promoción turística. En estos días están en formación dos emprendimientos más, pero aún no se inscriben en la Superintendencia de Economía Popular y Solidaria. Mientras, acota Carpio, actúan como “grupos de hecho”.
De esas características hay muchos dentro del Distrito, donde el 91% del territorio corresponde a la zona rural. Y algunas de esas iniciativas se han creado al amparo de la pandemia que puso por los suelos a la industria del turismo. Solo en Quito, la pérdida en este rubro suma hasta el momento unos USD 800 millones, apunta Raúl García, principal de la Cámara de Turismo de Pichincha.
Hasta el 2019, el catastro de Quito Turismo tenía 4 841 establecimientos registrados, de los cuales 720 estaban en la ruralidad; la mayoría, establecimientos de alimentos y bebidas (422), alojamiento (142) y operadores turísticos (50), menciona Patricio Velásquez, gerente técnico de la institución municipal.
Agrega que dentro de la legislación turística nacional hay una categoría específica para los denominados centros de turismo comunitario, pero esa tipología no se ha aplicado en los emprendimientos rurales. En el Distrito solo hay uno con esa categoría: Yunguilla.
Fue una comunidad de leñadores que, hace 20 años, decidió dejar de talar y cuidar su entorno que está por la zona de Calacalí. Los turistas acuden a sus casas (50 familias), participan en sus labores diarias y en las caminatas de hasta siete horas por los culuncos, caminos que usaban los yumbos.
Los visitantes pueden disfrutar de los senderos naturales en Yunguilla, al noroccidente de Quito. Foto: Archivo/ EL COMERCIO
El éxito del emprendimiento, que hace un mes volvió al trabajo, tiene que ver con algunos principios, dice su líder Germán Collaguazo: trabajar con un fortalecimiento socio-organizativo, la constancia, la perseverancia, y el liderazgo.
Otras comunidades ya se lanzan a esta aventura y sus primeros pasos los están dando con el asesoramiento de sus juntas parroquiales. Fidel Yaguachi, presidente del gobierno parroquial de Mindo, apoya a dos proyectos que están a 30 minutos del poblado.
El primero está en el recinto Nueva Esperanza, donde se pretende mostrar al turista las pozas naturales de esos lares. La Junta abrió el camino y lo lastró. Y en Sayola se dejó a punto la iluminación alrededor de una fosa del río y las casas para el albergue.
En Mindo las personas pueden practicar deportes extremos. Foto: Archivo/ EL COMERCIO
Esas maravillas están allí, ahora solo hay que mostrarlas con las medidas de bioseguridad, dice. De esos cuidados sabe la población de Lloa, que también le puso más interés al turismo. A eso se han dedicado, concretamente, las poblaciones de San Francisco de Cruz Loma y Arrayán, cuenta Enrique González, presidente del gobierno parroquial.
En el primer punto se habilitó la zona de camping y un columpio gigante desde el cual se observan el río, las cascadas y los senderos que llevan al Rucu Pichincha. Y en el Arrayán se levantaron chozas para que los turistas descansen tras una caminata por el sendero ecológico y la pesca de truchas.
El parque metropolitano de Huayrapungo, ubicado en Lloa, tiene senderos que llevan a la cima de La Libertad y al cerro Ungüi. Foto: Archivo/ EL COMERCIO
El gobierno parroquial les apoyó en el tema vial. También los capacitó en gastronomía, en formación para ser guías nativos y en asuntos administrativos para que estos proyectos duren, como los de los ríos Cristal y Blanco, donde anidan los curiquingues.