Las gotas de lluvia suenan como balas cuando golpean el plástico, y ¿quién puede dormir durante un tiroteo? La reflexión la hace José, de 53 años, quien vive desde hace cinco en las calles y cuando cae el sol se acurruca a los pies la Basílica.
Dice no tenerle miedo a nada, ni a la muerte ni al covid-19. Pero desde la primera semana de octubre algo le quita el sueño: los aguaceros. Para alguien que vive en la calle, el agua y el frío son sus verdugos. José los combate con un costal y fundas: sus únicas pertenencias.
En Quito no hay un censo actualizado sobre el número de personas que viven en la calle. El último fue en 2012 y se identificaron más de 4 000. Pero la crisis económica y la movilidad humana han hecho que esa cifra aumente; incluso, según los técnicos del Patronato San José, puede haberse duplicado.
José suele pasar el día en la plaza de San Francisco. Sabe que si siente frío tiene la opción de pasar la noche en una cama caliente que le ofrece el Patronato, pero no siempre lo hace. Para poder beneficiarse debe estar limpio de drogas y alcohol, y -como él admite- el vicio puede más.
No tiene ropa abrigada. Alguna vez tuvo una chompa, pero la perdió. El 7 de noviembre, un amigo le regaló un forro de asiento. Con eso se cubre la espalda y reza -porque cree en Dios- para que no llueva.
Octubre fue el mes en que más lluvia cayó sobre Quito en lo que va del año. Dice el Inamhi que hubo zonas en las que llovió el doble y hasta el triple de lo esperado para el mes. Ninguna zona de la capital se libró de las aguas. En Pomasqui, donde llueve menos que en el sur, también los aguaceros pusieron en aprietos a Pedro, de 53 años, quien duerme a una cuadra de la plaza.
¿Cómo combate el frío? Con USD 1. Eso cuesta la botella de licor en la que se refugia para evitar sentir que se congela. Pero admite que en la madrugada, cuando se despierta ya un poco sobrio, le duelen hasta los huesos. Entonces se pone de pie, salta y trata de hacer ejercicio para calentarse “desde adentro”, como dice.
“Veo cómo las personas corren a sus casas cuando llueve, con paraguas, pero yo no puedo hacer eso. No tengo dónde. Ni en las puertas me dejan escampar”, reflexiona y se acomoda un saco café deshilachado con el que se abriga.
Pese a eso, no se enferma con frecuencia. José tampoco. Cuenta que como su familia lo afilió al seguro, puede ir al centro de salud cuando se siente mal. También ha recibido atención médica del Municipio.
Sergio Jurado, de 50 años, quien se dedica hace 20 a trabajar con este grupo de personas vulnerables, es responsable del proyecto Habitantes de Calle, del Patronato San José.
Hay 10 brigadas que recorren la urbe brindando atención. Las personas sin hogar están en toda la capital, pero con mayor énfasis en el Centro Histórico. Los extranjeros que llegaron a Quito en busca de mejores días y no hallaron techo, están sobre todo en Calderón. Cerca del 30% de quienes viven en el espacio público viene de otro país, dice Jurado.
El Patronato les ofrece una cama limpia en una residencia junto a la UPC de El Tejar. Allí, 100 personas pueden dormir en paz, tienen duchas, jabón y toallas, reciben ropa limpia y merienda. Al otro día, desayunan.
En Cotocollao hay tres hombres y una mujer que hicieron de la plaza su hogar. María tiene una mascarilla mal colocada y cuenta que aún no se ha vacunado contra el covid-19.
Tampoco guarda distanciamientos con sus amigos. Para dormir, deben acurrucarse, más aún cuando hace frío o llueve. Algunas palabras que pronuncia no son entendibles. El 10% de los habitantes en esta situación tiene algún tipo de trastorno que podría haber sido causado por el vicio.
Las brigadas del Patronato visitan las zonas más conflictivas, pero advierten que pueden intervenir solo cuando hay voluntad de la persona.
A pesar del frío, para José y Pedro lo más duro de vivir en la calle es la soledad. ¿Amigos? “Todo mi círculo es de adictos. De 10 que tengo, quizás uno sea bueno, los demás iguales o peores que yo”, dice José.
Cuando llueve, la noche pasa más lento. José ruega que amanezca para ir a la plaza a recoger los puchos de tabaco del piso y llevárselos a la boca para tratar de calmar su ansiedad, y se va a algún parque, donde mira pasar a la gente y recuerda que cuando era niño le compraban juguetes, que estudió media carrera de Diseño Gráfico en la U. Central y que por el vicio ahora no tiene nada ni a nadie que lo abrigue en días fríos.