Petita, de 74 años, y Edmundo, de 83, viven en el sur de la ciudad. En su casa tienen un huerto donde siembran verduras. Foto: Paúl Rivas / EL COMERCIO.
Es como si el tiempo pasara más lento. Los muebles de la sala están cubiertos con una cobija rosada para que el polvo no los eche a perder. Fotos en blanco y negro y un par de diplomas enmarcados se acomodan en la pared. Esta casa siempre está en silencio. Aquí el día empieza antes de que el gallo cante y termina sin que se oculte el sol. Así es el hogar de la pareja de recién casados.
No hubo vestido de novia, luna de miel ni fiesta. Para comprometerse ante un juez a pasar el resto de sus vidas juntos, Petita Morales se puso su conjunto favorito, una falda con chaqueta y Edmundo Reyes desempolvó su terno negro. El 23 de septiembre del 2013, pasaron a ser marido y mujer; él tenía 83 años y ella, 74.
No son los únicos. En Quito, hasta mediados de diciembre del año pasado, contrajeron nupcias 337 parejas de más de 65 años. El número de matrimonios en el que uno de los cónyuges es de la tercera edad, va en aumento. Los porcentajes del 2012 , 2013 y 2014, respecto al total de matrimonios en la ciudad, reflejan esta situación: 1,41%, 1,49% y 1,59%, respectivamente.
Según datos que maneja el Registro Civil, la parroquia donde más matrimonios de este tipo se realizaron es la González Suárez con 133 casos. Pero Petita y Edmundo se casaron en el Registro Civil de La Alameda, sector San Blas.
Luego de firmar el acta, hicieron preparar una copa de champán y un sánduche especial en una frutería cercana. Asistieron 15 personas. No todos sus hijos estaban entre ellos. El matrimonio a esa edad genera las mismas inquietudes en la familia que uno en la adolescencia. No se oponen los padres, pero sí los hijos. Hasta los argumentos son similares: “¿De qué van a vivir?”, “no están en edad de casarse”. Sin embargo, el aumento de este tipo de compromisos crece incluso a escala nacional. En el país, la tasa más alta del incremento de matrimonios de personas de la tercera edad se registró en el 2008, cuando 1 678 personas mayores decidieron formalizar su relación. Ese número representó un crecimiento del 18%, comparado con datos del 2007.
Petita reconoce que su familia no estuvo de acuerdo con el compromiso, pero ante el dilema de seguir libre, pero sola, o comprometerse y envejecer en buena compañía, se decidió.
Ambos, en Caupicho, sentados en medio de su sala que no debe medir más de 2 x 2 metros, abrazados, cuentan que no guardan una sola fotografía del día del matrimonio.
No hablan mucho de lo que harán mañana o pasado, ni de sus planes a futuro. El suyo fue un compromiso carente de promesas y sueños, más bien abarrotado de recuerdos, de experiencias, y de necesidad de compañía.
De lo que sí hablan, y con una lucidez envidiable, es del día en el que se conocieron.
Nueve años antes de que contrajeran nupcias, Edmundo, quien toda su vida ejerció de fotógrafo, salió con sus compañeros del Centro de Experiencia del Adulto Mayor del Sur (CEAM) a un paseo por El Panecillo cuando la vio por primera vez. La saludó, le dio un beso en la mano, y luego de que ella rechazara la invitación a un café, la vio alejarse junto a sus amigas, caminando lento, de la única forma en la que los huesos a esa edad le permiten a uno caminar por una calle tan empinada.
No cruzaron teléfonos ni e-mails. Pero como ambos pertenecían a los grupos de la tercera edad que auspicia el Patronato San José, no pasó mucho antes de que volvieran a encontrarse. En Quito hay varios lugares donde las personas mayores se reúnen: en los CEAM, 60 y Piquito, o en los grupos de la tercera edad de algunas casas de salud.
Él la invitó a salir por seis ocasiones y ella, las seis, le respondió que no. Pero un año después, sin que hubiesen sido novios, le propuso matrimonio y ella aceptó.
Nunca, antes de la boda, le dio un beso. Aunque ella, una vez se quedó a dormir en su casa. Fue un día en el que Edmundo enfermó, no podía moverse, peor aún levantarse de la cama. ¿Y si necesitaba un vaso de agua?, ¿y si quería ir al baño? ¿y si algo peor pasaba?
Las razones para que ella lo acompañara sobraron. Petita era madre soltera. Tuvo tres hijos en su juventud (Mónica de 46, Sandra de 40 y Víctor de 39) pero nunca se casó.
Según el INEC, las personas que contraen matrimonio son, en su mayoría, aquellos que estuvieron solteros, no los que han estado divorciados o viudos. La tendencia viene marcada desde el 2001. El 2012, por ejemplo, el 60% de los contrayentes fueron solteros, 16,6% viudos y 23,6% divorciados.
Petita confiesa que le costó decidirse. Edmundo reconoce que a él no. Que luego de que su segunda esposa muriera, dejó pasar 10 años pero sintió que necesitaba compañía.
Según las estadísticas, son los hombres de la tercera edad los que se casan más frecuentemente que las mujeres del mismo rango. De los matrimonios registrados, el 70% son hombres de esa edad y el 30% mujeres. Las cifras revelan además que, aunque poco frecuentes, hay personas mayores que se casaron con mujeres de entre 20 y 29 años.
Petita nunca deja de sonreír. Dice que el secreto de su felicidad está en asistir a grupos de personas de su edad donde puedan conocer gente, divertirse, volver a vivir.
Ella es vocal de asuntos sociales de un curso de manualidades en el CEAM y los sábados asiste a un club de diabéticos en el Pablo Arturo Suárez. “Él es mi compañero”, dice y toma la mano temblorosa de su flamante esposo.
En contexto
Cada vez son más los lugares de encuentro para personas de la tercera edad. Solo el Patronato San José tiene a disposición 310 centros de 60 y Piquito y ocho Centros del Adulto Mayor (uno en cada administración zonal). Hay más de 10 000 beneficiarios.
Datos
97 años tenía la persona de edad más avanzada que contrajo matrimonio en Quito, desde el 2012.
60% de los adultos que se casaron eran solteros. La tendencia viene según el INEC, desde hace más de 13 años.