Desde un dron, Quito se ve como lo que es: una gran mancha alargada de cemento que se extiende hacia los extremos como raíces en busca de agua.
Lo que nació en su fundación como un caserío en lo que hoy es el Centro Histórico -que no superaba las 20 manzanas- creció y hoy se asienta en 52 500 hectáreas. Pero no solo se extendió hacia el norte y el sur, también lo hizo hacia arriba.
En cada década, a partir de 1920, Quito tuvo su rascacielos. Hace 100 años, cuando las casas eran de adobe y tenían una o dos plantas, la construcción del Colegio Mejía dejó a los pobladores con la boca abierta: un edificio de cuatro pisos.
Vladimir Tapia, secretario de Territorio, Hábitat y Vivienda del Municipio capitalino, hace un recorrido por la historia de las edificaciones quiteñas, y ayuda a entender que uno de los componentes más importantes en el desarrollo del modelo de la ciudad es el transporte. El ferrocarril, los autos, buses y metros, históricamente, han tenido una influencia enorme en la construcción de urbes. Y Quito no es la excepción.
El inicio del crecimiento
Hasta los años 30, las grandes construcciones estaban en el Centro, donde se llegaron a levantar hasta ocho pisos. Pero es en los años 40 que Quito empezó a consolidarse: se hizo el primer instrumento de planificación urbana de la mano del arquitecto uruguayo Jones Odriozola. Se determinaron las vías principales: 10 de Agosto, 6 de Diciembre y Amazonas. Y se planificó que el sur sería el que acoja a la clase obrera y a la zona industrial.
El urbanista Hugo Cisneros ahonda más en el tema, y detalla que en esa época se consolidaron también parques como El Ejido y El Arbolito, lo que hizo más atractivo al norte y atrajo más inversiones.
En los 50, el Quito de altura empezó a tomar impulso. Se construyeron edificios de hasta nueve pisos. La década siguiente llegó el edificio Benalcázar 1000, con la asombrosa altura de 20 pisos.
En los 80, la av. Patria se volvió el eje más importante de la ciudad. Tapia hace notar que hubo dos razones por las cuales las construcciones de altura echaron raíces junto a esa vía: por el ancho de la avenida (tres carriles por sentido) y por tener enfrente un parque de grandes dimensiones.
Esas son dos de las condiciones adecuadas para que una ciudad crezca en altura, ya que facilita el transporte y el esparcimiento.
En los 90 empezaron a desarrollarse la González Suárez, El Batán y La Carolina con edificios de entre 13 y 20 pisos. Eran zonas que acogieron a la clase pudiente de la época. Y la batuta del sector con más colosos pasó a estas áreas.
Es a partir de 2016 que llegaron las ‘tendencias de verticalización’. Una de ellas es la compra de edificabilidad, que consiste en incentivar al sector productivo para capturar recursos públicos. Por ejemplo, en La Carolina, donde se podían levantar 16 pisos, se aumentó a 30, pero desde el piso 16 en adelante se tenía que pagar. Es decir, comprar ese espacio al Municipio.
Así, por un lado los inversionistas maximizan la rentabilidad con el espacio que disponen y por el otro, el Cabildo adquiere recursos para invertir en zonas necesitadas.
Entre 2010 y 2020 se construyeron edificios de hasta 24 pisos. Y en el último año, solo en el sector de La Carolina, empezaron a edificarse siete rascacielos, el más grande de 32 plantas.
La “verticalización”, en debate
Los planes Metropolitanos de Desarrollo y Ordenamiento Territorial, y de Uso y Gestión de Suelo buscan, además de ordenar el crecimiento de la ciudad, incentivar la construcción en altura.
Por ejemplo, establecen que en el sector del Bicentenario se podrán construir hasta 40 pisos. En los alrededores de las paradas del Metro, dependiendo de la zona, se podrá duplicar la altura actual.
La normativa, además, propone la creación de centralidades (lugares que cuenten con todos los servicios de salud, educación recreación, etc.) en La Magdalena, Chimbacalle, El Recreo, el Bicentenario, Calderón y Cotocollao. Así -dice Tapia- se podría llevar más gente a los sectores donde ya existen servicios básicos en lugar de tener que extender las redes para quienes van a vivir en zonas rurales.
Usualmente, los conjuntos habitacionales que se construyen en las lejanías de Quito son cerrados, amurallados y las personas se conocen poco. Utilizan el auto hasta para salir a comprar pan y no hay convivencia ni buena vecindad. Y para Tapia, así no se hace ciudad.
Pero las construcciones en altura también podrían traer inconvenientes. Diego Hurtado, profesor de la Universidad Central, da fe de que construir en altura no es la mejor forma de densificar una ciudad ni mejorar la calidad de vida. Si no hay distancia suficiente entre los edificios, las plantas bajas, por ejemplo, no tendrían buen asolamiento ni buena ventilación.
La Central ha hecho estudios sobre el tema y ha determinado que con ocho o 10 pisos se puede densificar mejor, para evitar que la urbe se expanda a los extremos.
Hay otro detalle: la construcción de rascacielos está monopolizada. Hurtado sostiene que es poco probable que una persona no pudiente pueda comprarse un departamento en los edificios de más de 20 pisos y sentencia: el objetivo de la construcción es el lucro, por eso se concentra en zonas de mayor plusvalía, lo que eleva más aún el valor de las viviendas.
Salvador Rueda es director de la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona y se ha dedicado a estudiar el tema. Asegura que en una ciudad como Quito, la densidad sostenible debería bordear los 200 habitantes por hectárea. Pero en la capital, en promedio es de 55.
Al analizar la población por zonas sale a la luz un dato interesante. En la administración Eugenio Espejo (norte), donde se agrupa la mayor cantidad de edificios de altura, la densidad es de 60, mientras que en el sur (administración Eloy Alfaro), donde los edificios tienen entre cuatro y cinco pisos, la densidad es de 150. Lo que evidencia que en la capital, mayor altura no significa mayor densidad.
Hernán Orbea, profesor de la PUCE, aclara que si la construcción en altura no se planifica, puede llevar a la gentrificación: abandono de la población. Barrios como La Mariscal, que estaban programados para recibir a
65 000 personas, tienen no más de 13 000. La gente se marchó en busca de seguridad y exclusividad.
Fernando Carrión, académico universitario, pone sobre la mesa otro problema del crecimiento en altura: con más pisos, los servicios podrían no abastecer la nueva demanda por lo que se debería ampliarlos, lo que resulta más costoso que tender nuevas redes, ya que la zona se encuentra urbanizada.
Y añade algo fundamental: el covid reveló que en zonas con más densidad hay más contagios. “Por eso, miles de personas salieron de zonas de alta densidad a las periferias. En Nueva York fueron 900 000 y en Lima, 300 000. Porque la pandemia mostró que se puede trabajar, hacer trámites y compras sin desplazarse”.
Lo que se debería buscar -aconseja Carrión- es crear ciudades más equilibradas, y contrarrestar el despoblamiento. Llevar habitantes a zonas que ya están consolidadas pero que se están quedando sin moradores, como el Centro Histórico, La Mariscal, la Villa Flora y la 10 de Agosto, en donde se podría ubicar a 100 000 habitantes sin necesidad de grandes edificios.
No se puede negar que los rascacielos son – como dice el economista Jaime Carrera- una muestra de desarrollo. La construcción dinamiza la economía. Y las rentas, compra-ventas y comercios que giran alrededor de estas magnas edificaciones son dinámicas propias de una metrópoli como Quito.
Más datos
En 2016 nació la Ley Orgánica de Ordenamiento Territorial, Uso y Gestión de Suelo, que plantea el instrumento de concesión onerosa de derechos, que no es más que captura de plusvalía y reinversión de esos recursos en los sectores más necesitados.
En Quito, las edificaciones altas también deben cumplir estándares de ecoeficiencia en cuanto a consumo de agua y luz, y deben mejorar el espacio público para que sea considerado un edificio verde. De eso depende también el número de pisos que se permitan levantar.
La normativa plantea un modelo urbanístico conceptual, que busca que la ciudad tenga una estructura policéntrica, no monocéntrica.
La normativa, más que crecer en altura, busca la compactación y consolidación de la ciudad. Es decir, hacer que la gente viva en la ciudad y no se aleje hacia los extremos, porque la dinámica urbana solo se puede dar cuando la gente vive en las centralidades.
El dato
Uno de los objetivos de la normativa vigente es frenar el crecimiento horizontal. En los 80 Quito tenía una superficie de 16 196 ha. 40 años después, se triplicó.
Por qué
La nueva Ordenaza que rige en Quito busca ordenar el crecimiento de la ciudad e incentivar la construcción en altura.
También busca aumentar la densidad. Actualmente viven en promedio 55 personas por hectárea. Bogotá tiene 245 habitantes por hectárea y Buenos Aires con 142.
En 2021 se levantaron siete edificios de entre 24 y 32 pisos.
El norte de la ciudad es la zona donde se concentran los edificios que superan los 20 pisos.
Si bien la construcción de rascacielos es una muestra de desarrollo, impulsa la economía y genera empleo, no es la mejor forma para mejorar la densidad poblacional de una urbe.
Si no va acompañada de una correcta planificación, puede generar problemas de convivencia, habitabilidad y congestión, y requerir obras para mejorar los servicios.