El miedo y la costumbre de usar mascarilla todo el tiempo son las principales razones para que los quiteños sigan utilizándola al subir al transporte público.
Pese a que su obligatoriedad fue suspendida por las autoridades nacionales el jueves 28 de abril las opiniones ciudadanas están divididas.
En un recorrido realizado por este Diario se observa que 9 de 10 usuarios del transporte público usan la mascarilla al interior de las unidades. Pero, solo 7 de 10 la usan cubriendo adecuadamente boca y nariz.
“Yo estoy feliz de poder respirar libremente”, dice Marlon Zambrano mientras viaja en un bus desde el valle de Los Chillos a La Marín. No usa mascarilla, pero lleva una en el bolsillo por precaución. Para él es suficiente llevar las ventanas abiertas mientras se traslada a algún lugar.
Él tiene 40 años y nunca se contagió con el virus. Es uno de los quiteños que se han decido por abandonar la mascarilla. Luego de dos años de usarla, a veces incluso dentro de la casa, también se ha convertido en una costumbre que no todos quieren dejar.
De acuerdo con cifras del ministerio de Salud, Quito es la ciudad más golpeada por la pandemia sumando 299 142 casos positivos con el coronavirus, hasta el 29 de abril.
Esta cifra es motivo suficiente para que Gladys Solís de 52 años no se quite la mascarilla hasta llegar a su casa. “Vi morir a familiares, amistades y vecinos por esta enfermedad. La mascarilla me mantiene viva”, y enfatiza en que no la dejará todavía.
Ella tiene las tres dosis de la vacuna y está dispuesta a ponerse la cuarta. Usará la mascarilla hasta que el virus haya desaparecido por completo.
Con el feriado por el Día del Trabajador miles de ciudadanos se desplazan fuera de la ciudad. Las terminales terrestres han recibido un incremento de pasajeros, pero el panorama es similar en todas partes. La gente sigue utilizando la mascarilla, algunos la usan mal, pero la llevan consigo.
Lo mismo ocurre con los conductores de las unidades de transporte público. La mayoría llevan la mascarilla colgada en el mentón y no cubriendo la boca y nariz como corresponde.
Jorge Yánez, presidente de la Unión de Operadoras de Transporte de Quito, dice que su postura será la de usar el tapabocas hasta que “los médicos expertos digan que estamos a salvo y no por una maniobra política”.
Para el dirigente se trata también de una protesta simbólica en contra de las decisiones del Gobierno. “Si la mayoría de la gente sigue usando la mascarilla en la calle es porque rechazan la medida”, apunta.
Por otro lado, están los menos temerosos pero que se sienten cómodos con el tapabocas. No se lo sacan en lugares cerrados, pero cuando van por la calle prefieren bajarlo y respirar de manera normal.
Stalin Oña camina a la parada del Florón para tomar el Trolebús hacia el norte. Va con la mascarilla colgada de una oreja. “Hay que respirar cuando se puede, cuando no hay mucha gente cerca”, justifica.
Para entrar a la parada se tapa la nariz y boca aunque nadie se lo pide, ni mucho menos exige. Lo hace por costumbre, cree. Después de tanto tiempo es un accesorio vital que se vende en cada esquina.
A sus 24 años tiene ya las tres dosis de la vacuna y duda de ponerse otros refuerzos. Lavarse las manos, mantener la distancia y usar la mascarilla donde hay gente es suficiente para no enfermarse, añade.