En la Esmeraldas y Guayaquil, frente a la Plaza del Teatro, es usual ver a mujeres. La tarifa es de USD 13; 3 son para pagar los 15 o 20 minutos en el hotel. Foto: Vicente Costales/ EL COMERCIO.
No usan transparencias o prendas íntimas con tacones, como ocurre en los burdeles. En las calles del Centro es común verlas vistiendo jeans, blusas e incluso chompas; sandalias o zapatos deportivos. Todas llevan una cartera: con preservativos, cambio y a veces alcohol.
Ese elemento –el bolso- sirve para identificarlas pues pueden pasar desapercibidas, ya que no ofertan sus servicios de forma llamativa. Solo se quedan de pie en las esquinas.
Por ejemplo en los alrededores del Gran Pasaje, en la Plaza del Teatro, en la Guayaquil y Esmeraldas; en la Espejo y Flores; en Santo Domingo, en la Rocafuerte y Guayaquil; en la 24 de Mayo y en La Marín. Las dirigentes dicen que también están ‘camufladas’ en la Plaza Grande y en La Alameda.
En la Espejo y Flores, una mujer, de 38 años, contó que tiene cuatro hijos, el mayor cumplió 20 y es universitario. Habitan en el sur y afirma que tiene todo bajo control, para que nunca pasen por el sitio en donde pesca clientes. En las mañanas es una ama de casa: se levanta temprano, cocina y limpia la vivienda. De 10:00 a 18:00 es trabajadora sexual.
Ella empezó en esto hace seis años. Prefiere la calle pues buscar clientela en un local le quitaría independencia, no quiere seguir reglas: horarios, obligación de trabajar el fin de semana y pagar multa para salir antes del cierre. Eso repiten otras mujeres de la zona.
Al día tiene entre ocho a 10 clientes. Ella debe entregar USD 3 al hotel. La tarifa por contacto sexual en el Centro es de USD 13, pero puede bajar o subir, según el acuerdo. En la calle se encuentra mujeres más maduras y con cuerpos menos esculpidos que los de quienes trabajan en cabarés.
En uno de la San Gregorio, en el centro norte, desfilan decenas de chicas que podrían pasar por modelos. En la planta baja, 40 esperan de pie, para que los hombres escojan con quién irse a una de las 50 piezas. La mayoría usa tanga y brasier; blusas transparentes que dejan ver sus senos; tutús…
En Quito, según cálculos de la Asociación Pro Defensa de la Mujer (Asoprodemu), hay unas 3 000 trabajadoras sexuales en la calle y en los establecimientos. El gremio tiene más de 500 socias, que pagan USD 10 al mes, como fondo en caso de enfermedad y de muerte.Unas 300 permanecen en las calles. En ellas piensa esta administración municipal al planificar una reubicación.
Margarita Carranco, como secretaria de Inclusión, está a cargo de “un proyecto integral” que se desarrollaría en un punto del centro aún no definido. Y del que ella y el administrador zonal, Joffre Echeverría, no dan mayores detalles.
Según Carranco, piensan en un sitio en donde habría un espacio para Asoprodemu, guardería para niños, cibernario para jóvenes y un salón de belleza y un comedor, que manejarían las mujeres. Algo así debía desarrollarse en La Cantera, zona de tolerancia habilitada desde el 2006, que no ha tenido éxito.
Inclusión promueve negocios alternativos para quienes deseen ‘jubilarse’, ofrecen becas de estudios para sus hijos y en el plan consta un programa de salud emocional.
La idea de dejar los espacios públicos del Centro, para ir a una zona de tolerancia cerrada, como La Cantera, no es atractiva para ellas.
“El Municipio declara eso a la prensa. A las dirigentes nos dicen: ‘vamos a ver una calle en donde puedan tener todas las comodidades, un bulevar’”, apunta María José, quien dirige la Organización de Trabajadoras Sexuales por un futuro mejor, de la Plaza del Teatro. Son 136 socias de 27 a 60 años, incluidas transexuales.
María José, de 40 años, ha ejercido este oficio más de la mitad de su vida. Llegó desde Santo Domingo cuando era adolescente; un año fue empleada doméstica y por la enfermedad de su madre empezó en esta actividad en La Ronda.
No sabía cómo era el ‘negocio’. El primer hombre que le pagó a cambio de sexo la tuvo horas en un hotel hasta que una compañera la ayudó a salir.
Ahora las cosas han cambiado, están organizadas. Eso dice la madre de tres hijos de 21, 16 y 13 años. Está casada y todos en su hogar saben a qué se dedica de 18:00 a 21:00, en los alrededores de la Plaza del Teatro.
“Margarita Carranco nos dio, hipotéticamente, la alternativa de ubicarnos en la Vargas”, apunta. Se trata de la parte trasera del Gran Pasaje.
Pero ella y sus compañeras no se colocan ahí por los buses que pasan por el sector y por la falta de seguridad. Permanecen en la Esmeraldas y Guayaquil y usan hoteles ubicados en la calle Vargas y Esmeraldas; en la Manabí; y también en la Flores y Manabí. Todos bajo un convenio con el Municipio.
“Se los he dicho, el trabajo sexual no es algo del otro mundo. Llegan extranjeros y también necesitan desahogarse y buscan una chica”, relata esta dirigente y reitera que quisieran que se les permita quedarse en una calle. Podría ser la Vargas, quisieran que se llevaran las líneas de buses a la Oriente.
Echeverría, administrador del Centro, se reserva la información sobre el lugar que estudian para una reubicación. Señala que La Cantera no se logró consolidar en la administración anterior como zona de tolerancia. Y anuncia que de concretarse un nuevo sector no habrá la opción de que más mujeres vuelvan a los espacios públicos, por los controles.
‘La Barbie’, mujer de 30 años, delgada y de cabello largo, se para en la Rocafuerte y Guayaquil. Ella y sus compañeras afirman que el acuerdo con el Municipio es no pisar la plaza de Santo Domingo. Ella es colombiana, madre de un chico de 13, y una niña de 8. Su esposo es guardia de seguridad.
Si no hay más opciones irán a donde las reubiquen, pero no aceptan que se escoja un sitio de difícil acceso y con riesgo natural como La Cantera. Quisiera que el Gobierno o el Municipio les ayudaran con créditos para vivienda. Cuando va al banco, cuenta, no puede contarles a qué se dedica.
Un hombre conocido le hace una seña. Corre, busca dinero para las listas de útiles de sus hijos. Casi es mediodía.