Parroquias del Distrito Metropolitano de Quito potencian sus atractivos y sus productos

La memoria de Rosalino Oña, de 97 años, quien vive en San José de Minas, es parte de la riqueza de la parroquia. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO
Desde la casa esquinera de las calles Simón Bolívar y González Suárez, a un costado del parque central de San José de Minas, Rosalino Oña, de 97 años, ve el tranquilo transitar de sus vecinos. Desde el bazar donde aún se ofrecen barberas antiguas y agujas de reverbero, tiene presentes los viajes a Quito, cuando tomaba tres días ir y volver a lomo de caballo.
La memoria de personas como Oña, los atractivos turísticos y la producción agrícola son parte de las parroquias que integran la Ruta Escondida, donde, al igual que en las del Chocó Andino, se impulsa la Red de Negocios Sostenibles en Territorios Rurales.
Se trata de una propuesta de emprendimientos, lanzada desde la Secretaría de Desarrollo Productivo y Competitividad, en convenio con la Fundación Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural- Rimisp Ecuador.
Oña, quien fue parte de las mingas para levantar la iglesia de la localidad y la carretera de acceso, tiene seis hijos y siempre se dedicó al comercio. Le apostó a quedarse en la parroquia, donde la tierra es fértil y se cultiva variedad de productos como caña, que se destina para aguardiente y panela.
Así como en San José de Minas, en Perucho, donde habitan unas 1 100 personas, hay moradores longevos, incluso de hasta 102 años.

Sergio Gómez, presidente del gobierno parroquial, atribuye la larga vida a la calma y al clima templado. Llegar a la parroquia es detenerse en una postal, con una iglesia patrimonial de fondo y los rastros del pueblo Caranqui.
Edwin Campaña, vocal de Cultura y productor de zanahoria blanca, habla de la riqueza del lugar, justamente, por el legado que se puede constatar en el museo de la parroquia, adonde se llega por la vía Culebrillas (Mitad del Mundo) o por Jerusalem (río Pisque).
Esos elementos, junto con la gran producción agrícola, hacen de Perucho un destino turístico, que se potencia, sobre todo, los fines de semana. Reciben unos 700 visitantes.
Poco a poco, se van reactivando en medio de la pandemia. Por ello, los sábados y domingos instalan mesas demostrativas en el parque central.
El producto estrella es la mandarina. La cosecha de la fruta es parte del turismo vivencial, en sitios como la Hostería Isabuela; y de emprendimientos, como la elaboración de vinos, mermeladas y cocteles.
En el establecimiento, César Cárdenas, de 54 años, recorre por entre 200 árboles de la fruta emblemática. Son uno de los atractivos del sitio, donde ofrecen hospedaje y degustación de platillos típicos, como el sancocho peruchano. Un paseo en chiva no falta.

Si de gastronomía se trata, en los alrededores del parque central hay restaurantes que cuidan la bioseguridad.
En la elaboración de mermeladas y bebidas a base de mandarina hay personas como David Ayala, de 44 años, y su familia. Él cuenta que la cosecha se da, principalmente, de junio a septiembre. Cada semana producen 50 botellas de bebidas artesanales, que también se ofertan en ferias.
En la Ruta Escondida, además, se abre paso Atahualpa, de 2 500 habitantes, donde le apuestan al turismo comunitario para la reactivación. Cascadas, lagunas y hosterías están entre sus 45 destinos.
Tairo de la Torre, presidente parroquial, da fe de una aplicación en marcha para difundir los atractivos. Estos, en gran parte, se derivan de la ubicación de la parroquia, bañada por tres ríos: Mojanda, Piganta y Pataquí. Cada fin de semana, arriban cerca de 1 000 visitantes. Las llegadas se han restablecido poco a poco.
El cementerio es otro sitio turístico, debido a las figuras formadas con cipreses. El primero se sembró hace no menos de 28 años.
En la parroquia, al menos el 70% de la actividad económica corresponde a la producción de leche y le sigue la agricultura. Se destaca la granadilla, que ya se exporta -a través de intermediarios, como cadenas comerciales- a Estados Unidos, China y países de Europa.
Danilo Farinango, de 41 años y nacido en Imbabura, se estableció en Atahualpa hace 10 años. Llegó a buscar trabajo. Hoy renta un terreno de cuatro hectáreas (USD 3 000 anuales) para la producción de granadillas. A la semana, junto a su esposa, Consuelo Campaña, y sus tres hijos, logra un promedio de 50 cajas de 15 kilos.
Bajo una suerte de techo formado por las plantas, de donde penden unos frutos verdes y otros ya anaranjados, a 2 200 metros de altitud sobre el nivel del mar, el hombre detalla que si bien venden el producto para exportación, es menester la compra local. De ahí que los interesados pueden acudir a la parroquia y adquirirlo.
En Atahualpa hay otra meta: que 26 000 hectáreas se conviertan en reserva ecológica.
En la Red de Negocios Sostenibles del lado de la Ruta Escondida se suman Chavezpampa y Puéllaro, donde se destacan la agricultura y la producción de huevos, respectivamente. La Red prevé brindar capital semilla, asistencia técnica y enlace con posibles compradores. A la par, se contempla el soporte de información técnica y estadística.
Y se levanta información sobre el patrimonio de diversidad biocultural de las parroquias Puéllaro, Perucho, Chavezpamba y Atahualpa para, además, analizar los impactos económicos y sociales del covid-19. Está previsto que este rastreo tome seis meses.
Se diseña un proyecto de fomento a negocios sostenibles. Se invertirán USD 45 000. El principal avance, según la Secretaría, son convenios y una hoja de ruta de programas en conjunto con los beneficiarios.
Y mientras la Red se impulsa, Oña acomoda su sombrero, levanta su mano derecha y avanza en sus anécdotas, en el umbral de su vivienda.