‘Buenas Don ‘Rodri’, ¿cómo le va? ¿está ocupadito?”, dice Gabriela Pozo, asomando su cabeza por la puerta de la furgoneta azul.
“No mija, venga no más”, responde Rodrigo Estévez. Enseguida, le da el último toque de brillo a las uñas de Nancy Álvarez, quien se levanta del asiento para cedérselo a la nueva clienta.
Ellas no se conocen, pero hablan como si fuesen amigas. Comentan que son fans del servicio de ‘Las uñas con soplete de la U’, que desde hace cuatro años atiende en los alrededores de la Universidad Central.
fakeFCKRemoveAunque las peluquerías y locales para manicure abundan, ellas prefieren subir a la furgoneta y dejar que Estévez se encargue de darle color y un toque original a sus uñas, por USD 2. “Es rapidísimo y hay full diseños. Como tengo las uñas largas, me gusta tenerlas bien pintadas”, dice Pozo, estudiante de Derecho.
Álvarez concuerda con la muchacha y agrega que vive y trabaja en el sur. “Un día pasé aquí y vi que las chicas estaban amontonadas, me dio curiosidad y me quedé”. Desde entonces, sus uñas están bajo el cuidado de Estévez.
La mujer es profesora de Matemática en el colegio del Consejo Provincial, en la calle Ajaví, pero no le importa hacerse el viaje para que sus uñas queden bien.
“Me dura dos semanas, es bueno”, asegura mientras observa las flores blancas en sus uñas, que resaltan entre el esmalte fucsia.
Antes de instalarse en la Marchena y América, cerca a una puerta de la Universidad Central, Estévez era miembro del equipo de ventas de una firma de cosméticos y cuidado capilar.
Un día le dijo a su esposa Lorena que ya no quería trabajar para otros. “Teníamos el carrito guardado, y se me ocurrió darle uso”.
Él dominaba el uso del soplete, puesto que lo distribuye hasta hoy. Empezó a estacionarse junto a la universidad o al frente, en las calles de Santa Clara.
”Al inicio tenía unos líos del diablo con los municipales (Policía Metropolitana). Me tocó hacer los trámites en la Administración Norte. Ahora, me rijo al espacio que me autorizan. Este año el permiso me costó USD 380,18”.
Estévez atiende de lunes a viernes, de 08:00 a 17:00 y sábados, hasta el mediodía. En promedio, recibe a 30 clientas por día, dependiendo de la temporada. En las mañanas lo ayuda su esposa.
Algodón, limas de uñas, quitaesmalte, toallas, un soplete pequeño y tres muestrarios para elegir colores y diseños son sus herramientas de trabajo. “La gente se queda loca con esto, porque es un trabajo original”. Al inicio, las chicas se subían con recelo.
Mientras él decora las uñas de Gabriela Pozo, sus amigas hablan de hombres. “Ese man me tiene harta, ni me hables de él”, dice molesta una de ellas. Estévez sonríe y comenta que está acostumbrado a escuchar ese tipo de charlas. Muchas clientas le cuentan a él y a su esposa sus penas.