El Café Popular se ubica en la calle Manabí, entre Flores y Montúfar, detrás de la parada Plaza del Teatro. Un letrerito de madera con letras en bajorrelieve y otro de hierro forjado pegado a la fachada señalan el sitio.
El Café Popular es pequeño, como un tinto. En la entrada, una añosa estantería verde repleta de panes y con algunos quesos recibe a los comensales. El ingreso es angosto y solo permite el paso en una dirección, como el contraflujo. Para salir hay que esperar a que entren, o viceversa.
Las cinco mesas, cada una para cuatro personas, se apiñan entre sí como en una procesión. No son mesas de mantel largo ni de mantel chico. Simplemente, no tienen mantel.En el costado derecho se ubica una barra de tamaño reducido, desde donde la dueña dirige las acciones como si fuera un capitán. Allí colabora con sus tres empleadas (una Martha y dos Rosas) colocando una tela de mantequilla en cada pan (suave o de agua). Cobra con la prolijidad de un recaudador de impuestos.
USD 1 por el desayuno completo (café con leche o agua, un pan, dos huevos y un vaso con jugo de mora, tomate o naranjilla). USD 1,25 con un platito de nata. Cada pan o nata extra cuesta USD 0,25.
Sus hijos, Luis Enrique (Henry) y Milton Rivadeneira, la acompañan a menudo. La ayudan a colocar la mantequilla y a controlar que nadie se vaya sin pagar. Miriam, su otra hija, frecuenta poco la cafetería.
Viejas gráficas de varios lugares tradicionales del Quito antiguo se reparten en desorden por las paredes del recinto. No falta la fotografía de la dama retratada en sus mejores años, el televisor obsoleto y un gran altar dedicado al Deportivo Quito, porque en la cafetería todos son hinchas de la Academia.
Un extintor moribundo colgado con descuido en una esquina y dos amarillentas fotografías del Che Guevara (una con Fidel Castro) completan la decoración del salón principal.
Hay otra mesa, redonda y de plástico, en la trastienda, junto a un servicio higiénico liliputense, la refrigeradora de rigor y una cocina llena de trastes, ollas y sartenes. Esta se vuelve un manicomio desde las 06:30 de cada día, cuando empiezan a llegar los primeros clientes.
“Pero la acción comienza a eso de las 04:30, cuando paramos las ollas y empezamos a hervir la leche”, confiesa la propietaria del local, Rosa Alicia Coronel, ‘doña Alice’ para todo el mundo.
‘Doña Alice’ regenta el café desde hace 50 años y lo heredó de su madre, Clelia, que lo inauguró en 1942. “Tenía unos 12 años y cursaba el tercer año del Simón Bolívar, cuando me hice cargo del negocio”, rememora ‘doña Alice’, quien jura y rejura que solo tiene “62 añitos”.
El café siempre ha estado en el mismo sitio, afirma Víctor Hugo Guayasamín, un taxista. “Yo recogía todas las madrugadas a doña Clelia desde su casa en la calle Ambato y la traía”, cuenta el hombre, quien acude religiosamente al café a eso de las 08:00, “para saludar a ‘doña Alice’ y, de paso, cargar las baterías”.
Desde hace 20 años, Alicia ya no se traslada desde la Ambato y García Moreno, donde nació, sino desde San Marcos, donde vive con su hijo Milton. El Café Popular es una institución de la Plaza del Teatro, tercia Raúl Sánchez, un empleado del trole, que solo camina unos cuantos pasos para tomar su café mañanero. “Todos conocen el lugar. Es económico y bien despachado”.
Vienen desde oficinistas de terno y corbata hasta gente humilde que no tiene para gastar más de un dolarito, confirma Henry. Añade que “hasta los Guerra, que vivían al lado, venían a tomar café. Incluido Ernesto, ‘El trompudo’, quien también era entrenador del otro equipo de fútbol del barrio, el Real Manabí”.
Oficinistas llegan en cantidad, afirma Elsa de Játiva, una funcionaria de la Dirección Provincial de Educación que desayuna ahí “desde hace fuuuu”. Lo cierto es que cada mañana, desde las 06:00 hasta las 14:00, ‘doña Alice’ y su equipo preparan una media de 150 desayunos completos. Y dan de baja a unos 200 panes, 50 litros de leche, 300 huevos y unas cuatro ollas de jugo.